El 7 de marzo de 1849 los congresistas trataban de elegir al presidente de la República entre los candidatos José Hilario López y Rufino Cuervo. Finalmente ganó el primero, pero antes, en medio de una zambra, Mariano Ospina Rodríguez, uno de los fundadores del Partido Conservador, declaró: “Voto por José Hilario López para que no asesinen al Congreso”.
Tal parece que aquel episodio fue realismo mágico porque ni iban a asesinar al Congreso ni se necesitó el voto de Ospina para que ganara López. En cambio, al Congreso casi lo asesinan muchos años después, el 8 de septiembre de 1949, cuando los revólveres hicieron cuórum en la Cámara. Hubo ráfagas en todas las direcciones. Resultó muerto el representante Gustavo Jiménez; una bala alcanzó la pierna de Jorge Soto del Corral, quien moriría después.
En cambio, aparte del holocausto del Palacio de Justicia en 1985, allí jamás se han registrado hechos que hayan degenerado en tragedias como las relatadas. Por algo a la entrada está la frase del general Santander: “Las armas os han dado la independencia, las leyes os darán la libertad”. Por eso se le ha respetado, con excepción de esa vez cuando el M-19 hizo la toma y las autoridades la retoma, “defendiendo la democracia, maestro”, como dijo cierto coronel.
Hace un par de semanas estuvimos a punto de otra desgracia cuando manifestantes enardecidos exigían la elección de la nueva fiscal. Si bien esos dos hechos no pueden compararse, los gritos exaltados y la actitud de algunos manifestantes nos llevaron a recordar el holocausto de 1985.
La Corte Suprema de Justicia debe elegir fiscal a la mayor brevedad, más cuando la terna fue enviada con mucha anticipación, pero con gritos y pancartas no se puede lograr tan esperada decisión.
Magistrados, lo mejor es que procedan pronto para que la terna no sea eterna.