En el Brasil eligieon a Dilma Rousseff en segunda vuelta. Igual va a suceder en el Uruguay. También ocurrió en Colombia con Juan Manuel Santos, aun cuando la verdad es que en nuestro país hay tres vueltas para elegir presidente.
Además de las dos en las que participan los candidatos, hay una primera que son las parlamentarias. No obstante que somos un sistema presidencial, mucho tienen que ver esas tres elecciones para la composición del Gobierno.
En los comicios para el Senado, la llamada Unidad Nacional obtuvo una votación cercana a los cinco millones de votos, distribuidos de la siguiente manera: la U, 2’216.722; el liberalismo, 1’742.398, y Cambio Radical, 993.792. Esto sin contar posiblemente la mitad de los 1’934.755 de los conservadores que hacían parte de esa coalición y que después retornaron a Santos. Luego vinieron la primera y la segunda vueltas presidenciales, con las que se completan tres, en la práctica.
Toda la anterior representación y votación quedó reflejada en la composición del nuevo gobierno y esto, repito, a pesar de que no somos un sistema parlamentario sino presidencial. No es nuevo este planteamiento. Ya en 1962 lo aplicó el presidente Guillermo León Valencia con su llamada “milimetría” y luego se consagró constitucionalmente en el recordado parágrafo del artículo 120, aprobado en 1968, que disponía que después de 1970, cuando finalizó el Frente Nacional, para garantizar el espíritu nacional en la Rama Ejecutiva y en la administración pública, el nombramiento de funcionarios “se hará en forma tal que se dé participación adecuada y equitativa al partido mayoritario distinto al del presidente de la República”.
El presidente Santos pretendió complacer a partidos, grupos, regiones, mujeres, amigos del mandatario y al final quedaron los desencantos. No hay nómina, embajadas, consulados que sean suficientes. Es muy difícil dejar a todos contentos, sobre todo cuando hay una U que también parece de garaje.