En los sistemas parlamentarios, las decisiones son colegiadas y corresponden a las que toma el gabinete. La opinión del primer ministro tiene el mismo valor que la de cualquiera de sus colegas y la condición de serlo no le da ninguna prelación, a pesar de que los haya nombrado, porque todos tienen la confianza del Parlamento. Eso ha pasado recientemente en el Reino Unido, donde primero Johnson y luego Truss debieron dimitir al perder el apoyo de la Cámara de los Comunes.
En cambio, en los sistemas presidenciales, la relación de confianza de los ministros es de estos con el mandatario y no con el Congreso. Es famosa la anécdota protagonizada por Lincoln cuando, al final de una agitada reunión de su gabinete, se enfrentó él solo con todos sus ministros. Al someter su propuesta comunicó el resultado de la votación con una célebre frase: “Siete votos contrarios, uno solo favorable, el mío. Luego la propuesta ha sido aprobada”.
En el Gobierno Petro, cada uno de los ministros fija públicamente su posición, así sea contraria a la de sus colegas, y no pasa nada. Hasta el propio presidente se atreve a decir que los enemigos del Gobierno están en el mismo Gobierno. Esa fue su frase, aunque después quiso aclararla. Pero los hechos están demostrando que eso es lo que sucede.
El nuestro no es un Gobierno parlamentario en el que cada ministro tiene el apoyo de su partido o de la coalición, independientemente de lo que piense o diga el jefe del Gobierno, que puede ser primer ministro, pero se encuentra en el mismo nivel de sus colegas de gabinete.
Al ministro Ocampo le ha tocado salir a aclarar o rectificar varios de los anuncios que han hecho algunos de sus colegas. Si en una democracia tan consolidada como la del Reino Unido caen dos primeros ministros en menos de dos meses, aquí parece que el Gobierno actuara como una rueda suelta y no pasa nada.
Están en mora de suscribir un pacto histórico, pero de solo ministros.