En los comienzos de nuestra república el primer aristócrata que nos visitó fue Lucien Bonaparte Wyse, hijo ilegítimo de la sobrina de Napoleón I, la princesa Leticia, y del barón Jacques de Reinach, un banquero alemán residente en Francia.
El propósito era conseguir la licencia para la construcción del canal de Panamá y qué mejor encargado para esa misión que un personaje de su ancestro, así fuera ilegítimo. Fue objeto de numerosas atenciones de la gran sociedad de la época, a pesar de que la sangre azul del aristócrata visitante era bastante desteñida.
Gobernaba el país en 1878 el presidente Aquileo Parra y el 13 de marzo de ese año Bonaparte presentó sus poderes. El contrato de concesión se firmó siete días después (20 de marzo) con base en la Ley 33 de 1876, que daba facultades al Gobierno para esos efectos, y luego se aprobó la Ley 28 de 1878 que adoptó el convenio. Al comenzar el 1º de abril el nuevo gobierno de Julián Trujillo, a éste le correspondió sancionar esta nueva ley. Como se ve, en apenas dos meses y una semana y con un gobierno que terminaba y otro que comenzaba se hizo realidad un convenio tan importante entre Francia y los Estados Unidos de Colombia. Sólo un Bonaparte pudo conseguir eso porque a quien parte y reparte le toca la Bonaparte.
La semana pasada nos visitó el príncipe Carlos y ello dio para los más insólitos comentarios como la de la novel comentarista que se atrevió a decir que no compartía la aristocracia inglesa “por mi espíritu democrático”. Desconoce la joven que antes de la Revolución francesa fue la Revolución inglesa en donde nació el parlamento, la mayor expresión de la democracia. Además, Inglaterra es reconocida en el mundo como una verdadera democracia porque hay un partido que gobierna y otro, en la oposición, que vigila y pretende tomar las riendas del poder. Eso sí es democracia, democracia real.
