¿Quién violó el cese al fuego? ¿Puede justificarse el ataque israelí como una forma de prevención o autodefensa dado que Irán estaba en camino de hacerse a armas nucleares en violación de los tratados internacionales? Y si ello es así, ¿cómo podría Israel pretender estatura moral alguna y justificar su ataque al secreto programa nuclear iraní en nombre de tratados internacionales que ella misma se niega a firmar, o de principios como la paz y la seguridad si es un ocupador beligerante que viola el derecho internacional de manera sistemática?
Si usted siente que es imposible enterarse acerca de lo que en verdad está pasando en Oriente Medio, quizás usted no sea el único. Y además de no estar solo, es posible que esté en lo correcto. Lo correcto, lo que nos va apareciendo cada vez más claro es que la opacidad está a la orden del día. Dicha opacidad ordena nuestras vidas, desde lo personal y lo económico hasta lo político y lo geopolítico. Y resulta claro que alguien se beneficia de ese orden fundado en el desorden generalizado y el imperio de las verdades a medias.
Esta confusión de confusiones entre la información, o la desinformación, y los beneficios político-económicos, es menos nueva de lo que creemos. Ya en el contexto de las transformaciones estructurales e institucionales que tuvieron lugar desde los tempranos setentas del siglo pasado, digamos desde su puesta a prueba en Chile tras el golpe de Estado contra Salvador Allende, las modernas teorías y prácticas de las finanzas se sustentan sobre la economía informacional y las tecnologías del infoentretenimiento.
“En la medida en que es posible constatar un refuerzo mutuo entre las formas de lo técnico y lo económico, cabe plantearnos nuevamente la pregunta por la cualidad, la lógica y la función del concepto de información allí implícito”, observa el pensador alemán Joseph Vogl.
De hecho, ya desde las primeras reflexiones sobre los negocios financieros y bursátiles la perplejidad acerca de la consistencia de la información ocupaba un lugar central. En los diálogos compuestos en Castellano por José de la Vega en 1688, titulados precisamente Confusión de Confusiones, aparece una distinción entre lo que la filosofía enseña acerca de diversos tipos de efectos originados a partir de causas diversas y lo que sucede en la Bolsa. Allí, a partir de una misma noticia unos venden y otros compran, de modo que en este caso una misma causa tiene efectos diversos.
Las informaciones bursátiles tienen la apariencia de una opinión que no permite distinguir entre el contenido objetivo de las noticias y la comunicación de la noticia, ni entre la noticia y cómo esta es valorada, ni entre esa valoración y otras valoraciones. Su “verdad” tiene lugar menos en este o aquel estado de cosas que en la tensión aparente entre expectativas existentes y los efectos chocantes de las noticias.
En términos más simples y adecuados a las circunstancias actuales, esto traduce en terapias de choque: los anuncios sorpresivos, así sean falsos, desatan reacciones más fuertes entre los inversores de lo que lo hacen las noticias habituales. Con el advenimiento de las tecnologías y medios sociales se ha intensificado dicha fusión entre sistemas de noticias que funcionan como generadores de opinión y la racionalidad propia de los negocios financieros.
Para ilustrar este hecho, que los juicios financieros no son juicios de conocimiento, sino que tienen un aspecto estético y anticipatorio, John Maynard Keynes propuso una analogía entre el mercado financiero y los concursos de belleza: los precios a pagar son elegidos “como los rostros más bonitos”, es decir, según el criterio de “coincidir con la preferencia promedio de todos los participantes.”
Pero cuando el juicio se forma de acuerdo con lo que pueda ser la opinión promedio de la opinión promedio el resultado es mero convencionalismo, la des-diferenciación de las diferencias, doxología. Todo lo cual presupone, para ponerlo en términos del escritor latinoamericano Frantz Fanon, “la homogeneidad del grupo.”
Si se entiende lo anterior podemos empezar a comprender por qué en personajes como Trump, o en el espacio de la información acerca del conflicto en Oriente Medio, se encarnan a un tiempo la racialización y demonización de los que piensan o actúan de manera menos convencional junto a lo que Juan Felipe García y Michael Taussig llaman la sublime metamorfosis que resulta del exceso mimético presente en nuestras atmósferas digitales, agresivas y violentas.
“Es como una carrera armamentista,” dirían ambos, “pero no solo se trata de acumular bombas y armamento” sino también aquello que provoca su uso: una pasión triste, el resentimiento. El mismo resentimiento que justificó en Colombia los excesos paramilitares —que no pocos aún justifican— y que en Oriente Medio pretende justificar la apelación al viejo expediente del chivo expiatorio —Palestina, luego Irán, mañana quien sabe quién— en nombre de medias verdades, mentiras a medio cocer, y expectativas solucionistas como las que propaga el actual presidente de los EE .UU.
Aquí lo único es cierto es, como dijo Trump, “que ninguno tiene ni p*** idea que está pasando”.
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