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Crítica de la violencia

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Oscar Guardiola-Rivera
09 de julio de 2025 - 04:39 a. m.
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¿Puede distinguirse la violencia de su instrumentalización? Responder a esta pregunta es el objetivo de nuestra crítica de la violencia. Dicha crítica adquiere la mayor importancia en contextos como el nuestro.

De una parte, porque sentimos la necesidad de reflexionar acerca de nuestra experiencia viva de la apoteosis de la violencia en las tierras de nuestra infancia. Porque sentimos haber entrado en la historia por la puerta de atrás, desde abajo, “conscriptos en la modernidad como sus soldados de a pie”, rebeldes y a la deriva, como dice el escritor caribeño Stuart Hall.

De la otra, porque esa experiencia ha marcado nuestra vida interior, nuestras familias y amistades. Hablar de estas cosas en países como el nuestro, en público o en privado, resulta casi imposible sin caer en la vieja dualidad del “nosotros contra ellos” o la más reciente, pero no menos violenta del “nosotros en el centro contra ellos en la periferia y los extremos”.

Lejos de ser más temperada y responsable, esa articulación de la centralidad y la moral prepara el camino para justificar nuevas olas de violencia. Contra aquellos a quienes descalificamos como extremos, zurdos, resentidos sin escrúpulos, enemigos de la tradición, la propiedad y el mercado estable: los enemigos absolutos.

Todos ellos —inmigrantes, desplazados, desposeídos, disidentes— son instrumentalizados para servir en el papel del chivo expiatorio. Al proyectar sobre ellos la violencia que nos atraviesa, producimos un efecto de unidad. Pero se trata de una falsa unidad, un remedo.

Esa fue la “circunstancia jurídica” a la que se refirió Walter Benjamin en el contexto de la Gran Guerra europea. La “miseria psicológica” que identificaron los jóvenes estudiantes negros del Caribe latinoamericano al ser testigos del ascenso del fascismo en las capitales europeas del siglo pasado. La moral maniquea condenada por Frantz Fanon en el caso de la situación colonial.

Todos ellos acertaron al reconocer que no basta con ocupar el lugar del alma bella que se dice no violenta o apolítica. Todos ellos reconocieron la necesidad y complejidad de dar lugar a una posición antiviolenta.

Dicha complejidad pasa por inventar un lenguaje, un sistema de imágenes y tecnologías que nos permitan liberarnos de la violencia que nos atraviesa y que solemos imaginar como algo de lo cual son culpables los otros. ¿No es esta circunstancia, precisamente, la que atraviesa los escenarios internos e internacionales hoy?

Desde los territorios ocupados en Medio Oriente hasta la frontera este de Europa, también en nuestro continente, es la figura del chivo expiatorio, ese otro instrumentalizado, la que confirma nuestra relación íntima con la violencia.

Los palestinos son instrumentalizados cuando se les marca como enemigos absolutos, disponibles o desechables, y la violencia desatada contra todos ellos normalizada como respuesta proporcionada a la violencia ejercida por unos cuantos.

Condenamos a quienes no toman partido en el caso de Ucrania, pero preferimos ignorar lo que sabemos que está ocurriendo en Gaza. Nos decimos que es mejor ser diplomáticos —léase, no cazar peleas con Europa o los Estados Unidos— y permanecer pasivos, ignorar el voto de los ciento veinticuatro países que votaron el año pasado en favor de una resolución en la Asamblea General de las Naciones Unidas condenatoria de la ocupación beligerante si con ello evitamos posibles represalias.

Mejor mirar al otro lado mientras en la pira sacrificial arden el derecho internacional, las escasas y limitadas protecciones que defienden a las naciones más pequeñas de los más poderosos y poblaciones enteras.

Vivimos, como en tiempos de Benjamín, una época de resistencias y protestas, revolucionaria y contrarrevolucionaria, de gobierno y contragobierno, durante la cual varias formas de violencia aparecen dentro y fuera de la ley.

Y hemos aprendido, gracias a Benjamín, entre otras y otros, que la violencia es inseparable de la ley. Sabemos que la violencia ella misma tiende a decidir cuál violencia es justificable en relación con cuáles fines, convirtiéndose en un cálculo estratégico que, diseñado para justificar su continuidad, resulta brutal en la práctica.

Por ello, la crítica de la violencia, antiviolenta, solo puede proceder mediante la suspensión, al menos temporal, de la cuestión sobre los medios y los fines. Pues, por muy altos que estos parezcan, son los medios los que terminan gobernando sobre los fines.

La tarea es entonces bien difícil. No bastan aquí la temperancia del alma bella, ni la distancia del centrista o el neutro, ni la fortaleza pragmática del hombre de negocios. En verdad, este último busca establecer su poderío para mantener el orden previo tan intacto como sea posible. Y no tendrá dudas a la hora de llamar a los Freikorps cuando sea su turno de preservar el orden y aplastar la protesta. Piensa que es necesario hacer lo que sea para salvar la democracia. Inclusive sacrificarla.

Al apartarse así del principio democrático y revolucionario para preservarse, se convierte en un cómplice de la violencia.

He aquí la opción a la que nos enfrentamos. Podemos ser cómplices de la violencia, acudir a esta para preservar el estado de cosas, o dejar de serlo al ser indiferentes a dichos fines.

En tal caso, la diferencia se pone del lado del cambio y constituye una orientación política y ética. Su movimiento consiste en separar la coerción preservadora del Estado que la ejerce, abolir tal violencia y asumir el riesgo de lo incalculable en dicho movimiento.

No hay garantías de éxito o destino cuando se actúa de tal manera. Pero esta opción da lugar a la esperanza en medio de la desesperación. En ello consiste actuar éticamente.

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Eduardo Sáenz Rovner(7668)11 de julio de 2025 - 12:38 a. m.
¿Unos cuantos? Típica racionalización de un colombiano hijo de la violencia en un país de hijos de pta.
Oscar Lopez(36876)09 de julio de 2025 - 06:50 p. m.
Excelente columna Oscar. Bajo ese prisma entonces le pregunto ¿si en Colombia existe un gobierno que piensa salvar la democracia a punta de su sacrificio mediante la violencia que ejerce su titular contra la oposición, medios y empresarios?
William Alvarez(41808)09 de julio de 2025 - 12:33 p. m.
Ser sectari@s y prisioner@s de odios y fobias como Petro y los que se creen gentes o partidos decentes es el primer paso para hacer un diagnóstico sobre Colombia: Pese a ser uno de los países más ricos en recursos humanos, naturales y ecologicos es de los más violentos, de peor indice GINI y adueñado por un régimen vende patria y cronicamente hegemónico. De ahí su tratamiento: ALTERNANCIA Y PARIDAD DERECHA-IZQUIERDA EN LA GOBERNANZA; es decir: DEMOCRACIA. Máxime que además aquí cabemos todos.
David Valencia Cuellar(0vhxw)09 de julio de 2025 - 11:48 a. m.
Más nefasto que Atenas no hay..... Petulante engreído fundamentamista y lo peor uribista.....
Atenas (06773)09 de julio de 2025 - 10:52 a. m.
Divaga en exceso Guardio…..la razón. Ya hoy, en fulgurantes tiempos de la IA -me declaro su admirador-, estos frondios textos, o mejor, su concepción, están mandados a recoger. Al fin y al cabo estos son asuntos q’ pa todo se prestan; mas, aquellos están acorde con los tiempos q’ corren, q’ son concretos, directos y con sustrato mantendrán su vigencia. Y estos, q’ son confusos, profusos y difusos, lo propio de tiempo atrás, ya les pasó su rato. Ahí se escudaron nefastos gbnos. Atenas.
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