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El ministro del Trabajo de la administración Clinton en los Estados Unidos, Robert Reich, se ha convertido en uno de los más claros analistas de la peligrosa situación que se cocina al norte de nuestras Américas.
“Tengo edad suficiente para recordar cuando la política… se dividía entre los que querían menos gobierno (se les llamaba ‘conservadores’ o de derecha) y los que querían más redes de seguridad social (llamados ‘progresistas’ o liberales de izquierda)”, escribe en su blog esta semana. “Es difícil encontrar derecha o izquierda en estos días. En cambio, tenemos algo que nadie ha visto nunca en Estados Unidos: una toma personal de casi todas las instituciones de gobierno y, cada vez más, del sector privado, por parte de un aspirante a dictador”, dice.
Si bien es cierto que dicha situación puede parecer más o menos inédita a los norteamericanos, no lo es para quienes la juzgamos desde la perspectiva histórica del continente entero; en particular, desde América Latina. Para nosotros, aunque la situación de los Estados Unidos sea poco familiar, se siente como algo ya visto, ya vivido. Déjà vu, como dicen los franceses.
Pues sabemos bien cómo actúan los ricos y sus clientes políticos en el centro-derecha y las derechas cuando su control indirecto sobre los aparatos de gobierno y la gubernamentalidad se ve amenazado. Lo hemos visto en Brasil en 1964, en Chile desde el 11 de septiembre de 1973, y lo hemos vivido en la Colombia del normalizado Estado de Sitio y la Seguridad Democrática.
En dichos países, como afirma Reich acerca de los Estados Unidos, los conservadores socialcristianos y los liberales de centroizquierda han desaparecido casi por completo. Han sido reemplazados por nacionalismos a ultranza disfrazados de seguridad y populismo, prestos a militarizar la ciudad y el campo y, de tal manera, ahogar cualquier forma de disidencia o esperanza de cambio real, reformista o revolucionaria.
“Trump está en camino de ocupar ciudades lideradas por demócratas con el Ejército, la Guardia Nacional y el ICE”, escribe Reich, “en lo que parece ser un ensayo general para las elecciones intermedias de 2026.” Como si fuese Maduro en Venezuela o Bukele en El Salvador, ha instruido a los estados republicanos que manipulen los procesos y demarcaciones electorales para obtener más escaños, extender el control republicano del poder legislativo y retener el suyo propio después de las elecciones de mitad de período de 2026.
También está intentando silenciar las voces críticas en la esfera pública y el ambiente intelectual, cancelando comediantes —como sucedió en Colombia—, interviniendo espacios artísticos y expresivos, manipulando la justicia y los medios de comunicación. Y apuntando a críticos para su enjuiciamiento, como acaba de suceder al muy conservador John Bolton.
“Pero eso no es todo, ahora Trump está tomando el control personal de la economía estadounidense”. Intenta controlar la Junta de la Reserva Federal, amenaza a Jerome Powell con historias poco halagadoras sobre sus gastos en la construcción del edificio de la Reserva Federal y a la gobernadora Lisa Cook con relatos sobre su préstamo hipotecario, e impone su voluntad y la de sus amigos billonarios en industrias clave, desde la energía y el acero hasta los semiconductores.
“No sé cómo llamar a este sistema”, reflexiona Reich. “¿Capitalismo de Estado? ¿Fascismo capitalista?” Reich piensa que, al atar las fuerzas del mercado a su arbitrariedad, Trump prepara su propia caída.
Pero los latinoamericanos sabemos que confiar en la espontaneidad y naturaleza abstracta de esas fuerzas para detener la acción de los ricos y poderosos —que quieren llenar el mundo con su propio ser— no es suficiente. Sabemos cómo actúan. Sabemos que están dispuestos a usar la fuerza —militar o paramilitar— con el fin de mantener el estado de cosas.
Por ello mismo, nuestra responsabilidad ética, política e histórica es mayor. Nosotros, los latinoamericanos, debemos ahora estar prestos a resistir tales fuerzas junto a nuestros hermanos y hermanas norteamericanas, cuyo temor y desesperanza ya son palpables.
“Un llamado ‘hombre fuerte’ está comenzando a controlarlo todo”, advierte Reich. Si la latinoamericanización en curso de los Estados Unidos parece encarnarse hoy en un “hombre fuerte”, también puede hacerlo de manera aún más real y esperanzadora en los cientos de miles que le resistirán y derrotarán en nombre del cambio y la democracia.
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