La más duradera imagen de Enrique Dussel en mi memoria, aunque no la más reciente, lo muestra en el papel que tanto le alegraba. El de un maestro, con m minúscula. Al frente de una pizarra en la que puede verse un mapa invertido de Latinoamérica rodeado de números que indican los eventos de una historia mal contada, cubierto por trazas, líneas rotas, y circunferencias inacabadas que lo convierten en algo más que un texto o un mapa. Algo así como un pictograma.
El lugar era Pennsylvania, en los EE. UU. La ocasión, un simposio organizado por el colombiano Eduardo Mendieta, al que Dussel había acordado atender para someterse de manera generosa, como siempre, al escrutinio crítico de varios colegas que hemos aprendido de él por décadas. La velocidad de su espíritu y su presencia activa animaron esa reunión, a pesar de sus severos problemas de salud. Como resultado de ese simposio, fue publicado a fines del 2021 un volumen titulado ‘Descolonizando la ética. La Teoría Crítica de Enrique Dussel,’ en una colección que incluye también a Rahel Jaeggi y Rainer Forst, entre otros practicantes contemporáneos de la llamada Teoría Crítica.
Aunque identificada con la Escuela de Fráncfort en Alemania, no es de general conocimiento el que dicha escuela fue fundada gracias a los oficios financieros e intelectuales de Félix Weil, nacido en Argentina de padre y madre judíos. Así que cien años después de la fundación de una de las más influyentes escuelas de pensamiento social, jurídico-político y filosófico resulta apropiado establecer entre lo más destacado de la generación crítica contemporánea a Dussel. No solo porque, como aquel fundador, él también nació en Argentina, vivió en Israel entre 1959 y el 61 mientras aprendía Hebreo y Árabe para leer las fuentes en su contexto, y se abrevó de la corriente progresista de esa cultura que hoy parecen querer sepultar en un acto de limpieza los líderes del Estado que proclama defenderla, sino porque de esa manera la crítica retorna a la perspectiva global que había perdido. Es decir, una capaz de responder a la persistencia del legado colonial-imperialista.
Así las cosas, nada más relevante y urgente en estos momentos que el proyecto desarrollado por Enrique Dussel. Tras su muerte esta semana en México podemos decir que se trata, sin duda, del filósofo latinoamericano más importante del siglo pasado. Su trabajo es extenso, más de setenta libros y un sinnúmero de ensayos, sistemático, interdisciplinario y de un impacto mundial extraordinario aún si este pudiese medirse solamente a partir de la cantidad y calidad de las traducciones y ediciones pirateadas de sus textos. Se lo reconoce como el arquitecto de la llamada Filosofía de la Liberación. Esta habría surgido a partir de los debates acerca de si existía tal cosa como una filosofía latinoamericana en los 60 y 70, contemporánea de la Teología de la Liberación (esa suerte de Segunda Reforma) y en conversación con el pensamiento político-económico del desarrollo del subdesarrollo y la llamada sociología sentipensante articulada por Orlando Fals Borda desde el Caribe colombiano.
Cuando a finales de los 90 junto a Santiago Castro-Gómez, Mendieta, Linda Martín-Alcoff y otros lanzamos desde Colombia el llamado “giro decolonial” que hoy se debate en todo el mundo, lo hicimos en buena medida a la luz de los trabajos que Enrique había desarrollado desde mediados de los 80. Uno de los puntos a debatir era lo que cabría entender como “el pueblo.” Por ejemplo, ¿es “el pobre” de la religiosidad y cultura populares lo mismo que el proletariado? O, antes bien, ¿cabría pensar en el consumidor de las formas-espectáculo del infoentretenimiento y las formas-derivativas del mercado financiero, sometido a ciclos de guerras al parecer interminables, no solo como una suerte de “precariato” pasivo y victimizado, sino también como una presencia activa capaz de atravesar el barro de nuestros espacios de muerte? Como puede verse, no se trata de preguntas meramente académicas.
La persistencia de prácticas coloniales e imperiales en el momento contemporáneo puede verse en la devaluación de la vida en la práctica política y económica cotidianas, paralela a demarcaciones raciales ocultas tras el punto de vista de un mercado que pretende haber superado tales jerarquías, pero que, de hecho, se beneficia de ellas. Entonces, lejos de ser aéreas, tales cuestiones adquieren sentido porque emergen de y en los espacios de muerte que, en lugares como en Colombia y Gaza, el mercado en crisis y su devenir fascistoide han elevado al estatuto de la normalidad.
Dussel nos retaba a pensar la manera en que a ese estado de emergencia y crisis constante que se nos impone como si fuese lo normal cabría oponer principios diferentes que emergen desde su interior. De manera similar a como las prácticas de curación y limpieza entre nuestros campesinos o urbandinos nativos y afro sometidos a la peor violencia hacen justicia al hacer visible el terror persistente de las prácticas de manejo y gobierno coloniales ocultas tras la maloliente niebla epistémica que dejan los bombardeos y masacres disfrazadas como “derecho de autodefensa”.
No se trata de romantizar al otro, o la diferencia, o la dialéctica. Sino de abrirse a la manera como, por ejemplo, a partir de dichas prácticas, realizadas por cuerpos concretos en medios ambientes concretos y a través de trayectorias históricas concretas es posible recomponer los fragmentos del pasado que en el presente muestran y demuestran que lo que actualmente nos parece normal, insuperable, e interminable, en realidad no lo es tanto. Y no lo es porque en el pasado, un pasado que no está perdido, las cosas han sido diferentes.
Analógicamente, cuando menos, entonces el futuro también puede ser diferente. Dussel llamaba a esta forma de la imaginación poética y matemática, analéctica, y proponía entonces de manera constructiva “el principio de la liberación”. Su formulación es simple: porque nadie puede decirnos con exactitud que en el futuro todo será como es hoy, que nuestros esfuerzos hoy serán en vano, y con la guía que nos dan los precedentes del pasado, entonces podemos afirmar con certeza que el futuro es abierto y será diferente.
Las víctimas del sistema que normaliza su muerte y su muerte en vida porque las proclama “desechables” o un sacrificio “necesario”, ellas mismas lo cuestionan en su existencia y articulan en supervivencia una validez diferente, contra-normativa. Como hicimos cuando éramos estudiantes en 1991, por ejemplo. Como hacen quienes marchan en todo el mundo esta semana haciendo evidente lo inaceptable en Israel y en Gaza. Es la lección de la historia global de los sistemas éticos, que como argumentó Enrique, sirve de prefacio a toda ética. Su vida ha sido el prefacio de la nuestra.
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