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Hay un cuadro en el museo Quimper en el sur de Francia. Pintado por González Velázquez, uno de los maestros del barroco, muestra a Cristóbal Colon de regreso a la corte subiendo una escalera para ofrecer a Sus Majestades el Nuevo Mundo como una ofrenda. Lo lleva en sus manos. Como un orbe, lo maneja. El cielo y el infierno más allá del horizonte y los pilares de Hércules han sido reducidos al tamaño de esta esfera que el navegante lleva en las manos. ¿De qué manera? Mediante un truco, un artilugio, un trampantojo. El método consiste en hacer a un lado la curvatura de la tierra y sus diferencias. El horizonte es concebido como una línea plana sobre la cual convergen todos los puntos de un plano. Este artificio visual permite suponer al tiempo y el espacio como un continuo. Homogeneizarlo y hacerlo calculable, navegable, predecible y manejable.
Dicha imagen es comparable a una foto generada mediante inteligencia artificial en la cual se muestra a los pueblos de esas regiones ultramarinas y a sus tatloani como enemigos salvajes o delincuentes puestos fuera de los límites de la humanidad. Como si fuesen bestias, animales a los que, por ello mismo, es necesario cazar hasta el exterminio. De esta manera se declara real lo que es tan solo ilusión y artificio. De esta manera se declara justa a la guerra brutal que en la realidad haría posible vaciar la tierra de los indómitos salvajes para apropiarla. Le llaman “acumulación originaria”. No es una idea abstracta la que divide y polariza, sino esta abstracción real que usa la fuerza. Consiste en dividir en dos a la tierra y a sus gentes: de una parte, quienes suponen ser el fin de la historia. De la otra, quienes son empujados afuera del espacio y de la historia, los condenados de la tierra. Términos como “originaria” o “salvaje” y “delincuente” o “terrorista”, estos últimos provenientes de épocas más recientes, encapsulan el trampantojo, la narrativa lineal y aplastante que son esenciales para justificar la expropiación y la masacre como guerra o simple operación internacional de policía. Pero una vez apuntamos al disfraz de esa retórica como el niño del cuento de Andersen apunta al emperador y lo desnuda, frases somo “acumulación primitiva” o “apresar al delincuente” no pueden ya aceptarse como una descripción histórica o jurídicamente puesta de una fase o una situación que es necesario consignar al pasado para continuar el camino del progreso y la ganancia. Son, antes bien, imágenes crudas. Como las pinturas trampantojo y los fotomontajes “a la usanza de los maestros holandeses” y barrocos, como la de González Velázquez. Representan de manera cruda condiciones reales. El despojo de la naturaleza y las brutales estructuras detrás de la persistencia de la violencia.
A estas apuntaba el presidente brasileño Lula da Silva hace unos días en Colombia al referirse a quienes usan “la fuerza militar en la vida cotidiana de Latinoamérica y el Caribe” sin nombrarles. Sabemos quiénes son, a fin de cuentas. El metal de sus portaviones y sus paramilitares los anuncian. El ruido de sus gritos enfurecidos y sus armas. Creen poder asir con sus manos y así domesticar la fuerza violenta que desatan. Pero como nos han enseñado Homero, Simone Weil y los Césaire caribeños es esta la que regresa, los posee y los controla. Desde La Ilíada y hasta el discurso de los poetas negros caribeños se nos enseña que la promesa del gobernante a su pueblo no es la seguridad enfurecida, orgullosa y resentida del rey Agamenón o del ejército napoleónico en Saint Domingue -eso que los entendidos llaman Bonapartismo- sino la sobrevivencia y survivencia de los hombres y mujeres del común, los condenados de la tierra. Este último término, survivencia, lo reinventa el poeta y redactor de la constitución del 2013 de los pueblos indígenas de la Tierra Blanca de Norteamérica, Gerald Vizenor. Junto a ellos, todos enfrentados a la marea violenta que se concentra en el Caribe de las Américas, cabe reflexionar si la pregunta es “¿Quién podrá salvarnos de América?”, de los Estados Unidos, de sus élites, y de las nuestras, dispuestas a incendiarlo todo con tal de afianzarse una vez más en el poder. Quizás la pregunta sea: ¿quién podrá salvar a América de sí misma?
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