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En el Reino Unido, la derecha y la ultraderecha han obtenido réditos tras las críticas dirigidas por la prensa privada de derechas al servicio público noticioso de la BBC. Se trata de réditos políticos. No tanto la renuncia de dos de sus directivos ni el obligatorio gesto de genuflexión y disculpa ante el presidente de la nación militarmente más poderosa de la Tierra. El verdadero triunfo ha sido crear la apariencia de una esfera pública insegura y sin control alguno por parte del gobierno laborista, dominada por zurdos que dicen cosas feas o “parciales” a la hora de referirse a Donald Trump, al mostrar la lucha por los derechos de los trans y mostrarse “antiisraelí”, se dice.
En España, la derecha y la ultraderecha también han obtenido réditos políticos tras la movida política de un sector de la judicatura que apunta al corazón del gobierno del Partido Socialista. No solo y no tanto la renuncia del fiscal tras ser condenado en forma por demás controversial, sino más allá, a la esposa del presidente Sánchez y su entorno (tras haberse cargado años atrás, y sin protesta del PSOE, a la izquierda Podemita) y, se dice, allanarle el camino a la pareja de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Diaz Ayuso.
¿Y en Colombia? Bueno, ustedes ya saben todo lo que se dice acerca del primer gobierno de izquierda en toda su historia: el diablo con patas, se dice. En todos los casos, se trata de la derecha y la ultraderecha juntas en el uso de sus recursos y en los triunfos obtenidos a costa de gobiernos de centroizquierda a los que se presenta como extremos, “social-comunistas”, como dicen de Sánchez y el PSOE en España, o simplemente incapaces de conexión alguna con un sector del pueblo airado o resentido, como se dice del laborismo británico y los demás partidos a la izquierda.
“Se dice”, he ahí la fórmula clave. Es la fórmula del rumor que nos parece indistinguible de las historias y opiniones que circulan en redes sociales. El rumor no es lo que todos dicen para esconder la verdad. El rumor es eso acerca de lo cual se dice que todos lo dicen. Y todos los saben, pues el rumor siempre está expuesto, como la famosa carta. En vez de esconder o esconderse en lo privado, el rumor circula entre lo expuesto, lo que se pone en escena a la manera de un melodrama cuya repetición nos mortifica y lo que se oculta. Corresponde al nivel de la exhibición, que es el mismo nivel del espectáculo, la revelación y la performancia. Por ello nos resulta tan difícil distinguir el rumor de la noticia en los medios de exhibición y comunicación. Por ello le cuesta a la BBC defenderse. Por ello las derechas hispanoamericanas movilizan bulos, verdades a medias o verdades ya conocidas acerca de la corrupción, la captura del Estado por organizaciones criminales o su limitada eficacia a sabiendas de que la volatilidad así generada les dará réditos.
El fenómeno no es del todo novedoso. Su genealogía incluye las “relaciones de sucesos” del barroco español que son el precursor popular del periodismo moderno, los libros plúmbeos y la Inquisición que intentó manipular y hacer uso del rumor. Pero antes de sugerir equivalencias infelices entre la inquisición de ayer, la propaganda denunciada por Orwell en los 40 y los tribunales de opinión de hoy, deberíamos tomar en cuenta que el deterioro de la sociedad burguesa durante el siglo XX terminó con la ilusión de una armonía social posible mediante las exclusiones que con anterioridad reservaban el acceso a la esfera pública y política tan solo a los hombres blancos y propietarios. No hay por qué lamentar esa pérdida. Sin embargo, mantenemos expectativas normativas respecto del cálculo y la armonía de intereses mediante el debate y el discurso racional como si estos recursos y sus medios hubiesen sido accesibles o permanecido abiertos. Mantenemos dichas expectativas aún ahora, cuando la teatralidad barroca y el carácter ubicuo del rumor han retornado con fuerza.
Como advierte William Childers, entre otros, haríamos bien en recordar que el barroco también fue una manera de ser de la modernidad, algunos de cuyos aspectos siempre han estado bajo la superficie de la cultura liberal. Por ejemplo, la pretensión de desinterés y neutralidad en el debate racional de las sociedades ilustradas era ella misma una performancia, a pesar de la cual los rumores acerca del horror en los corazones de las tinieblas coloniales del África o Sudamérica llegaron a las metrópolis.
Lo desafortunado es que esa pretensión aún está con nosotros y que ahora se la pone en escena bajo la pretensión de que son siempre los otros quienes manipulan o son ideológicos, carecen de fortaleza de ánimo o temperancia. Una disimulación, dado que el cinismo de la performancia actual se exhibe hoy como espectáculo de manera mucho más cruda y plana. Y aún parecemos depender de rumores para enterarnos de la realidad y los horrores que tienen lugar en nombre del progreso. ¿Podríamos dejar esa dependencia? ¿Dar paso, quizás, a una estrategia más subversiva y transformadora, minoritaria respecto las estrategias mayoritarias de la publicidad? Para comenzar, podemos reconocer que no hay tal cosa como una época de pureza y armonía a la cual sea posible regresar para “Hacer a X Grande Otra Vez “.
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