“Ha sido un enorme placer devolver a estos escritores su contexto latinoamericano”, me dice Gerald Martin, biógrafo de Gabriel García Márquez y editor, junto a Carlos Aguirre, Augusto Wong y Javier Munguía, de las 205 cartas que intercambiaron cuatro escritores latinoamericanos, entonces jóvenes, a mediados de los años 50, publicadas en Europa esta semana. A esta barra entran un peruano, un colombiano, un argentino y un mexicano.
Parece el comienzo de un mal chiste, pero ya lo dijo algún crítico en medios hispano-europeos: “Es el inicio de la formación (…) de una parte de la literatura universal”, como si fuese un movimiento de placas tectónicas, dice el hiperbólico crítico, intentando una metáfora no muy crítica, que se queda corta al especializar una vuelta de tuerca de la historia que fue más bien una revuelta.
“Es que esto del ‘boom’ ha dado la apariencia de que todo ocurrió en España, en Barcelona”, insiste Gerald Martin, y sugiere que ello expresa no solo la situación actual de la literatura y el pensamiento, que de universal tienen bien poco, porque se los apropian de manera particular los monopolios mediáticos de entretenimiento y publicaciones, todos firmemente afincados en eso que hoy llaman el Norte Global, tras ser engullidos por depredadores fondos de inversiones y a su vez engullir las prensas y editoriales, también la radio, la televisión y las redes sociales, de eso que llaman el Sur Global, al cual pertenecería Latinoamérica.
También tiene esa economía un efecto político. Un “double-bind”, dirían los anglosajones. Un dilema. La economía política de la literatura global despolitiza escrituras y modos del pensar figurado, como el llamado boom (ese nombre, como se sabe, no es mucho más que una estrategia publicitaria), con lo cual se les convierte en un bien de consumo exótico y versátil, como cualquier otro. Es decir, se les relativiza. Al mismo tiempo, se le pone precio a la verdad, o a su búsqueda, a través del arte, la literatura y la filosofía, con lo cual no solo se relativiza, sino que también se puede vender al mejor postor.
De allí que nuestra esfera pública, supuestamente el corazón y cerebro de la democracia, se encuentre dominada por la mera opinión, que condensa todas las diferencias políticas y sociales, y luego las desplaza al mercado, donde solo gana, por supuesto, quien tenga mayor liquidez. Es por ello que la edición de las cartas que se cruzaron Vargas Llosa, García Márquez, Fuentes y Cortázar, cuando ponían en común su apoyo al socialismo, sus preocupaciones políticas y sus experimentos filosófico-literarios como ramas de un mismo árbol, constituye no solo la manifestación de una revuelta en el pasado, sino que es ella misma una revuelta, una explosión y una onda de choque en una época que, como la nuestra, no admite revuelta ni revolución alguna y está presta a sacrificarlo todo en aras del mercado, la constitución liberal y la democracia. Incluso la constitución y la democracia.
“Las Cartas del Boom” se publican en España al mismo tiempo que los medios progresistas de esa país debaten si la revista colombiana Semana, con Vicky Dávila, ha dejado de ser un medio periodístico para convertirse en “el principal rostro de la campaña de acoso y derribo contra el presidente Gustavo Petro”. Al maquillar la opinión particular como si fuese información veraz y venderla al mejor postor, la esfera pública se hace vulnerable a los contenidos derivados de la ultraderecha colombiana, o en España Vox y el PP (antes AP), del ministro de la dictadura franquista Manuel Fraga.
Al tiempo, en la Gran Bretaña de Gerald Martin, los medios debaten cómo diablos fue posible que los ciudadanos hubiesen dado una mayoría histórica a Boris Johnson, forzado a renunciar al Parlamento por haberle mentido a este y al electorado. No fue el diablo, por supuesto. El hecho de que Johnson se convierta en columnista muy bien pago del periódico conservador Daily Mail, tras renunciar al Parlamento, nos indica la respuesta: la puerta giratoria entre medios que no se preocupan por la verdad y políticos que mienten.
Las cartas que Martin y sus tres compadres han editado no son un documento de una época pasada y mejor en la cual la verdad y la orientación común del pensamiento sí importaban. Antes bien, cabe leerlas como una intervención explosiva en la nuestra: una revuelta, en el doble sentido, de lo que al regresar causa un choque y da nueva velocidad al espíritu, como dirían los escritores caribeños a quienes se refiere la troupe de los cuatro cuando planean en sus cartas un volumen en colectivo, y en el de ser una bomba de tiempo bajo el armazón de la economía política de la prensa y de la escritura actuales, en la que algo como un volumen colectivo es casi tan difícil de imaginar como el fin del capitalismo que ella contribuye a sostener, al despolitizar el pensamiento y las relaciones sociales. Habrá que agradecer a Gerald Martin, Aguirre, Wong y Munguía por haber hecho posible este nuevo signo de los cuatro.