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Maquiavelo para progres

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Oscar Guardiola-Rivera
31 de agosto de 2022 - 05:00 a. m.
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Jonathan Powell fue jefe de gabinete del primer ministro laborista Tony Blair en Gran Bretaña entre 1997 y 2007. Durante ese tiempo fue el negociador principal del gobierno británico durante el proceso de paz en Irlanda del Norte. Y el único de sus asesores que sobrevivió la totalidad de dicha administración, algo excepcional dados los vaivenes que suelen afectar regímenes parlamentarios como el de Westminster.

Es uno de los mejores comentaristas políticos que conozco. En parte por su experiencia. Pero también porque a esa extensa práctica la ilumina una intensa relación intelectual con los trabajos del más influyente pensador político de la modernidad temprana, Nicolás Maquiavelo, sobre quien ha escrito. Ello lo sitúa en una larga tradición de lectores progresistas del florentino como Antonio Gramsci.

Conoce bien a Colombia, pues participó de manera activa en las negociaciones de paz del gobierno Santos, y sigue sus desarrollos con interés. “Petro está en lo correcto”, me dice al encontrarnos en Innerleithen, en la frontera entre Inglaterra y Escocia. “Hay que hablar con el ELN, y con los demás grupos. Pero no estoy seguro de que juntarlos a todos sea la mejor idea”. De esa manera responde a mi sugerencia de volver a acercarse a la agenda política y diplomática colombiana en este momento tan crucial, y tan difícil, para el hemisferio occidental.

Tiene en sus manos una edición de “Haití”, escrito por Phillipe Girard, repleta de notas a mano. “Los estadounidenses me han pedido que intente aproximar al gobierno y a las diferentes facciones. Son diferentes. Algunas son pandillas. Otras son más políticas. No cabe ponerlas en el mismo saco”.

Tras el comentario detecto al menos dos referencias. Una es al debate actual sobre lo que suele llamarse el populismo doctrinario. Aquel que dice dirigirse a la multitud cuya unidad soberana busca encarnar en vez de confrontar las diferencias reales que existen en su seno, que la dividen entre públicos y pueblo siempre por construir a través de las mediaciones y los medios. Ese populismo cuya retórica apuesta por el antagonismo en contra del agonismo, en perjuicio del diálogo y el debate sobre conflictos reales, y entonces también contra el reformismo y la creatividad institucional como vía de cambio.

La segunda es a la manera como dicho populismo, disfrazado de realismo, termina perjudicando precisamente a los que quiere hacer soberanos. A los más desfavorecidos, cuya imaginación y creatividad política se ven afectadas por la quiebra del reformismo que el propio populismo alienta. De allí su comentario acerca de los riesgos que implica poner cosas diferentes, opuestas, en el mismo saco. Y su referencia al problema del ascenso de los literatos políticos al estatus de intelectuales públicos y analistas sociales a pesar de su amateurismo teórico y práctico en tales materias.

Estos últimos “convierten a Maquiavelo en Stenterello”, el personaje carnavalesco de los florentinos que siempre tiene una respuesta para todo. La frase es de Gramsci. Implica que no basta debatir la revolución activa o pasiva, si nos olvidamos del reformismo activo. “La política internacional contra las drogas debe cambiar”, me dice Powell. Y luego apunta: “pero es poco probable que la política de los Estados Unidos a ese respecto cambie, lo que sería necesario para cambiar dicha política internacional”.

O sea que hay que empezar a pensar en estrategias diversas, comenzando por casa y el vecindario. Haciendo las distinciones correctas entre la parlería revolucionaria de los equivalentes actuales a Mussolini o Pepe Grillo entre nosotros y los actores dispuestos a negociar reformas activas. Ello requiere presión popular y la dirección política adecuada. Ampliar las libertades políticas, en vez de recortarlas. Reconocer las fuerzas reales dentro de la historia con las que nos hemos encontrado, y que son diferentes. No siempre compatibles. Dicho de una sola vez: las fuerzas capaces de cambiar la política internacional contra las drogas o lograr la paz total no existen todavía en las Américas. Hay que construirlas. Solo así puede hacerse historia.

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