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Lo que está sucediendo en Colombia es un “golpe blando”. Eso concluyen los más de 350 firmantes internacionales de una carta publicada este miércoles por el diario El País. Entre ellos y ellas se incluye a la alcaldesa de Barcelona Ada Colau (en contraste con la de Bogotá, quien simula ser progresista desde sus épocas en el Movimiento Estudiantil); el Premio Nobel de Paz Adolfo Pérez Esquivel (en contraste con el Nobel de Paz criollo); el candidato presidencial francés Jean Luc Mélenchon (en contraste con el candidato presidencial colombiano corrupto a quien apoyaron todos los que ahora posan de impolutos); el exministro de Hacienda Yanis Varoufakis (en contraste con nuestros monetaristas expertos); el internacionalmente reconocido juez Baltasar Garzón de España (en contraste con ciertos personajes de nuestro país de las leyes); Noam Chomsky de los Estados Unidos y un largo, experimentado, e ilustre listado de pensadoras, políticos, activistas, sindicalistas, juristas, y miembros de movimientos sociales y parlamentos de Grecia, Francia, España, Islandia, Finlandia, Alemania, Turquía, Gran Bretaña, EE. UU., Perú, Chile, Argentina, Uruguay, Ecuador, el Caribe, y Brasil, entre otros.
¿Pero qué es un golpe blando? En Colombia, los representantes de los poderes fácticos que se creen poseedores de una suerte de derecho natural al poder dirán que el uso de ese término es exagerado, desinformación, una hipérbole. Prefieren otros como “denuncia”, “escándalo”, “parálisis”, y “tormenta”, que suponen más temperados. Dichos términos cumplen la función de invocar en nuestras mentes imágenes de desórdenes naturales y tribunales. De tal manera se traduce la secuencia de la culpa y el castigo al tren de nuestros pensamientos, al tiempo que se oculta cualquier posible beneficio para quienes usan estos términos al naturalizar y proyectar toda la responsabilidad de la turbulencia en cabeza del proverbial chivo expiatorio.
Lo cierto es que, de una parte, quienes movilizan dichos términos en los medios suelen no distinguir entre la verdad que beneficia al común y su beneficio propio. Distanciados del sentido común, de las necesidades populares que exigen reformas urgentes y para ellos “radicales”, lo reemplazan por el suyo propio. Por ello, no se les puede llamar periodistas ni practicantes de parresia, sino demagogos. Y de la otra, tal volatilidad ni es natural ni posee una única causa, ni es moderada, ni es producto de la conspiración de algún genio maligno. Antes bien opera de la misma manera que la información en los mercados financieros. En dichos mercados importa menos el vector o sentido de la información, si es verdadera o falsa. Ello se debe a que el carácter de dicha información suele ser especulativo, pues se refiere a un presente y un futuro inciertos. Lo que importa en estos casos no es tanto la intencionalidad del sujeto sino el efecto de intensificación que ella logra: la mortificación y el ruido.
Se trata de amplificar el volumen y multiplicar las fuentes, de modo que la información termine por abrumar la capacidad que tenemos sus receptores para hacer distinciones respecto de lo sensible y darle sentido. El objetivo es privarnos del sentido de normalidad. Al contrario del golpe de estado más duro, el blando no busca golpear de manera inmediata al adversario, causar su muerte o exilio, como en los casos de Allende en el 73 o Morales en 2019. Busca golpearnos a todos, empujarnos a un estado de ansiedad, mortificación y pánico. Puestos en tal estado no razonamos, sino que reaccionamos. Lo que nos hace presa fácil de captura por parte de los sectores más reaccionarios del espectro político y de la indiferencia frente a estos por parte de sectores liberales que se piensan neutrales, que creen estar en capacidad de contener a los reaccionarios, y que las más de las veces tienden a subestimarlos como lo ha demostrado la historia.
En ese ambiente, los fascismos y sus derivados tienden a prosperar. Pues no son solamente el presidente y su partido, sino la institucionalidad misma la que se ve abocada a una paulatina pérdida de valor y confianza. Es el mismo efecto que tiene la volatilidad en los bienes financieros. Similar al que los manuales de estrategia militar anglosajones llaman “shock and awe” y que se entiende hoy en día como una herramienta central para los poderes tradicionales que desean restablecer el reino del terror; un orden caracterizado “por la desigualdad extrema, la destrucción del medio ambiente, y la violencia estatal”.
Ese es precisamente el diagnóstico de la carta internacional acerca de lo que está sucediendo en Colombia. “Ahora, menos de un año tras la inauguración del gobierno de Petro, se despliega el poder combinado de los organismos de control, los conglomerados mediáticos, y sectores de la judicatura para detener sus reformas, intimidar a quienes lo apoyan, derrocar a sus líderes, y mancillar su imagen internacional”. Ahí está, una vez más, el coraje de quienes dicen la verdad para desenmascarar a los poderosos. Nos la dicen quienes ya han pasado por experiencias similares y por ello mismo saben de lo que están hablando. Como la presidenta del Partido de los Trabajadores del Brasil, Gleisi Hoffmann, una de las primeras firmantes de la carta. Nos dicen: lo que está sucediendo en Colombia es un golpe blando.
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