Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
A propósito de las amenazas en contra de las universidades y los estudiantes universitarios en ambos lados del Atlántico, me preguntan por el momento en que a los estudiantes de la década de los noventa nos nació la conciencia. A falta de una mejor respuesta, me viene a la cabeza una memoria. Un recuerdo del día en que escuchamos si no por vez primera al menos con primordial intensidad un nombre que se nos quedó grabado en la cabeza a través del oído y a la página: Señor Matanza.
Lo escuchamos a principios de la década de 1990, cuando Manu Chao y su compañía de bardos rebeldes llegaron a la capital, Bogotá, en un Tren de Hielo y Fuego. El tren solía llamarse antes Expreso del Sol, cuando podíamos viajar en él desde la fría Bogotá hasta la tierra caribeña de nuestros antepasados durante los años de juventud.
A principios de los 90, Manu Chao; su padre, Ramón; y su guerrilla de artistas convirtieron el Expreso del Sol en un mítico animal escupefuegos tras su desmantelamiento por parte de los poderosos lobbies de la industria automovilística y las finanzas. Mítico como los trenes revolucionarios inmortalizados por John Reed en México insurgente, el Expreso del Sol se convirtió en una serpiente de vagones de carga acondicionados como cocina, guardería, hospital y dos vagones que contenían uno un enorme cubo de hielo y otro un dragón tragafuegos con malabaristas que realizaban en ritual diario la invocación de la historia de Gabriel García Márquez sobre la entrada de Melquíades y sus gitanos a Macondo.
Lo adoptamos como una versión móvil de los clubes contraculturales, como Barbarie, que nos dieron refugio mientras los soldados descarriados de las mil y una guerras de este país deambulaban por las periferias de las ciudades y el campo usando motosierras para cortar cuerpos. Afuera las bombas explotaban enviándonos por los aires, pero no había suelo al que caer y por ello nos parece que nunca hemos dejado de caer.
Manu Chao y Mano Negra tocaron Señor Matanza durante su concierto en la Plaza de Bolívar de Bogotá. Tocaron música que nos elevó hasta el punto abárico entre las fuerzas opuestas e hizo evidente la línea porosa entre la capital y el capital; y en el Tren de Hielo y Fuego que cruzó desde Santa Marta en el Caribe hasta la urbana Bogotá masticamos palabras y hojas de coca, escuchamos porro, blues y fandango y nos hicimos las primeras marcas de tinta en nuestra piel coloreada. En ese concierto, escuchamos por primera vez palabras que nos trajeron de vuelta desde la imaginación incandescente al aquí y ahora, y que desde entonces nos han llenado de horror: paramilitar, limpieza y Señor Matanza. Quizás así nos nació la conciencia.
👀🌎📄 ¿Ya se enteró de las últimas noticias en el mundo? Invitamos a verlas en El Espectador.
🌏📰🗽 Le puede interesar nuestro plan superprémium, que incluye acceso total a El Espectador y a la suscripción digital de The New York Times. ¡Suscríbase!
📧 📬 🌍 Si le interesa recibir un resumen semanal de las noticias y análisis de la sección Internacional de El Espectador, puede ingresar a nuestro portafolio de newsletters, buscar “No es el fin del mundo” e inscribirse a nuestro boletín. Si desea contactar al equipo, puede hacerlo escribiendo a mmedina@elespectador.com
