Una profesora da su regular clase virtual de educación física a la manera en que suele hacerse hoy, frente a una cámara y en un espacio abierto para darle ese toque de autenticidad que anhelamos en el encierro. Esto es, a la manera de los videos de baile en TikTok o en Instagram. No se da cuenta de que detrás suyo un convoy militar cruza con rapidez la carretera en dirección del edificio del Parlamento en Naypydaw.
No se da cuenta de que un golpe de estado esta teniendo lugar en su país, Myanmar, mientras ella realiza sus aerobicos para la audiencia digital. ¿No es este el mejor ejemplo del momento que vivimos? Nos lo dirían Jean Baudrillard y Fredric Jameson, el poeta Gerald Vizenor y la poetisa Natalie Diaz, Alejandro Jodorowski y las Wachowski. Ellos y ellas que dirigieron Santa Sangre y The Matrix hace algunos años y nos brindaron las herramientas para iniciar por allá en los tardíos noventas, junto a Santiago Castro-Gomez, otras y otros, el ‘giro descolonial’ como critica de la lógica cultural del capitalismo tardío. Nos lo dirían claro: vivimos una simulación. Vivimos en una caverna, en las sombras y con temor a caminar hacia la luz.
Con Matrix recargado, pero caverna, al fin y al cabo. Por ello hemos olvidado cómo hablar de racismo y clase en el arte, el periodismo, y la filosofía. Hemos olvidado como llamar golpe al golpe, fascistas a los fascistas de traje y corbata que nos gobiernan y capitalistas a los capitalistas que los gobiernan. Si el activista le dice capitalistas a los capitalistas y propone que el potencial liberador de las imágenes y la técnica solo podrá realizarse cuando nos ayude a liberarnos de la carga del trabajo, lo que requiere partidos y movimientos que no se conformen con tan solo aliviar un poco los peores efectos del incremento de la explotación y el abandono a nuestra propia suerte durante la pandemia, le llaman iluso o basura comunista de la historia.
Algo así dijo esta semana el vice-presidente de Espana, Pablo Iglesias de Podemos, y le llamaron a callarse: ‘no se puede ser gobierno y oposición’, titularon en primera página los periódicos. Algo así le habrían dicho a Carolina Sanín esta semana los lectores de prensa y el ojo de la ley: ‘no se puede ser profesora universitaria y criticar a la universidad o sus estudiantes en redes sociales’. En el espacio de la simulación no caben la verdad ni la crítica. ¿Es que no te habías dado cuenta? Y si no te callas o te vas, ya sabes.
Una simulación es tan solo una representación convertida en mercancía. Como cuando decimos en un documental, en la obra o las noticias, ‘Descolonizar’, y ‘Vidas Negras’ o ‘Indio’ y creemos que ello basta, no nos damos cuenta que de tal manera la representación simulada ‘Indio’ se aúna a sentimientos de nostalgia en la academia y los libros, las novelas y las películas con un sabor autentico que apela a la opinión popular. Producir y poseer esos objetos no implica entender o actuar mejor. Se los colecciona como piezas de museo para los propósitos de la nostalgia y la justicia restaurativa. Seguimos como la profesora, sin darnos cuenta.