La caricatura publicada en días pasados en la prensa británica muestra lo que las historias de la prensa corriente y los falsos discursos querrían ocultar.
Al fondo, el avión de Bibi espera al mandatario, presto a volar por si a alguien se le ocurriese aplicar la orden de arresto por crímenes de guerra expedida por la Corte Penal Internacional.
Al frente, Bibi Netanyahu y Donald Trump. Bibi sostiene un mapa similar al que ha usado como ayuda visual durante sus últimas apariciones ante nadie en la Asamblea General de las Naciones Unidas. El mapa se titula “El Nuevo Medio Oriente” y muestra al Gran Israel con el que fantasea Bibi, extendiéndose hasta alcanzar la península arábiga.
¿Se trata de una visualización de eso que antes llamaban los entendidos la doctrina del espacio vital? Bibi susurra “nyuk, nyuk”, evocando entre sinécdoque y onomatopeya a la ciudad de Nueva York y al término que, traducido del inglés, llama al exterminio nuclear.
Sinécdoque, porque en este caso la parte —el conflicto “interno” contra Hamás— se pone en el lugar del todo: una conflagración universal, el exterminio total del enemigo puesto por fuera de la humanidad, y la pérdida de lo que nos resta de humanidad.
A renglón seguido, pronuncia otra frase en voz baja: “Well, that’s settled / Ajá, lo hemos acordado”. Solo que en inglés la palabra settled también se refiere a los asentamientos ilegales —como los de los territorios palestinos— y, por ende, a la ocupación y colonización.
A buen entendedor, pocas palabras: ¿no es ese susurro una expresión de resentimiento? “Nuke them all!” ¡Mátenlos a todos! Como en “¡Exterminad a todos los salvajes!”, que es el título de la miniserie del 2021 dirigida por Raoul Peck sobre los genocidios occidentales, citando a Kurtz en El corazón de las tinieblas.
Al lado de Bibi aparece Trump caracterizado como un personaje de cuento de Andersen. Sobre su espalda, una capa de visón, de esas que usan los nobles y algunos Nobeles, nada más. Sobre su cabeza, una gorra dorada de golfista se transforma en corona de emperador Bonaparte y en ella se posa la paloma de la paz.
“¡Paz! ¡Paz en mi época!” vocifera a los cuatro vientos el emperador desnudo ante los micrófonos y las cámaras.
Ambos aparecen rodeados de personajes esqueléticos, cadáveres. Algunos pertenecen a las víctimas, como el de una señora vestida con los colores palestinos. Otro viste una kufiya. Son más pequeños que el resto, como si estuviesen hundiéndose en la tierra de esta ciudad compuesta: mitad Nueva York, mitad Ciudad Gaza.
La imagen recuerda las visiones de William Burroughs. Tras una toma de yagé en el Putumayo, el escritor norteamericano volvió a Nueva York y, al mirar por una ventana, le pareció que la gran urbe estadounidense se transformaba en selva colombiana.
Es una visión que se repite entre escritores surrealistas, dibujantes humoristas y todos aquellos que se atreven a decir la verdad mientras que, alrededor del emperador, los demás prefieren elogiar sus nobles ropajes y falsas virtudes.
La verdad es que la ciudad será construida sobre una fosa común, y los edificios que sobre esta se alcen son las losas de esas tumbas sin nombre. Una de esas torres, la más alta quizá —un hotel de lujo, quizá— tendrá en lo alto una T enorme y dorada como la que adorna el cuello del emperador desnudo.
Porque está desnudo podemos ver los tatuajes que decoran su cuerpo regordete. “UAE IOU”, dice uno. Lo que podría leerse como “amo a los Emiratos” o bien “le debo a los Emiratos”, y a Qatar, por ejemplo, que le ha hecho un regalo millonario —un avión de lujo— en reconocimiento por sus nobles virtudes.
En otro tatuaje puede leerse “Vlad”. ¿Se trata de Vladimir Putin o del otro Vlad? Queda al lector decidirlo.
Es la fuerza de las imágenes. No dicen, muestran. Corresponde al espectador realizar el trabajo de traducirlas. Ello lo hace copartícipe de la imagen. Como si entrase en ella.
Si ese es el caso, entonces al entrar en esta imagen nos encontramos con algo más aterrador: se trata de una visualización del resentimiento. Y en esta imagen, el resentimiento aparece no como un estado del sujeto individual o su alma, sino como una estructura impersonal más amplia y una forma de comunicación.
Cuando lo consideramos de esta manera, podemos reconocer las raíces del resentimiento en una compulsión específica por aparecer ante otros y compararse. Aparecer como el emperador de todo el mundo, o como su leal sujeto, su carga-mapas o carga-ladrillos, como decimos en Colombia.
El que le hace el trabajo sucio y por ello recibe alguna recompensa, o las sobras que caen de la mesa. Como los políticos colombianos que se toman fotos con Bibi para aparecer y compararse.
Como los cadáveres más erguidos que rodean en la caricatura a Bibi y al emperador desnudo, con sus sombreritos MAGA, algún otro en traje y corbata, sosteniendo a los dos protagonistas de esta farsa un micrófono para amplificar su resentimiento y que nos contagie a todos.
Para que todos aceptemos que cuando ellos dicen “paz” no se trata en verdad de normalizar la guerra de exterminio. Para que practiquemos eso que los ingleses llaman appeasement, la actitud que consiste en acomodarse y aplacar a alguien por temor, admiración o miedo.
En la historia reciente de Gran Bretaña se recuerda a Neville Chamberlain como aquel que encarna dicha actitud. Como se sabe, Neville Chamberlain, líder del Partido Conservador y primer ministro entre 1937 y 1940, hizo del appeasement su política exterior y, en consecuencia, firmó el Tratado de Múnich en 1938, reconociendo a la Alemania nazi liderada por Adolf Hitler la anexión del Sudetenland de Checoslovaquia.
A su regreso de Múnich, en un avión muy similar al que aparece en la caricatura, Neville Chamberlain pronunció la hoy infame frase: “¡Paz en nuestra época!”
Ya sabemos el resto de esa historia, que se repite hoy como caricatura, como farsa.
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