Todos sabemos que la vida tiene altibajos. La nuestra como individuos y la de nuestras sociedades. La vida corre, la corriente nos lleva y a veces tocamos puerto. Allí nos quedamos un tiempo, y sin entender muy bien por qué volvemos al río. Que entendemos poco de lo que nos sucede constituye un punto de partida más legítimo para el análisis existencial, social y político. Aun cuando nos vemos obligados a reconocer que no todo es armonía en nuestra existencia y mucho menos en nuestras sociedades, que nuestros grupos no son homogéneos, y que la unidad de la nación, la comunidad, o la comunidad internacional son una ilusión, actuamos como si lo fueran.
Piensen en la manera como una de las áreas de mayor concentración e integración de la comunidad colombiana y latina en Londres, Elephant & Castle, ha sido afectada cuando los mercados y el centro comercial fueron destruidos para dar paso a la gentrificación. Nuevos y más lujosos edificios hacen visible la manera como los intereses de los constructores, los rentistas y especuladores de finca raíz se imponen a la comunidad. Dan la apariencia de armonía y homogeneidad que ellos suponen preferirían los potenciales compradores y arrendatarios. Al tiempo, los efectos de estos procesos en la gente que ha vivido aquí por más de veinte años permanecen en la sombra. La criminalidad ha aumentado, las familias y sus negocios están siendo desplazados forzosamente debido a los altos costos.
La comunidad resiste, se mantiene, aunque la policía y otras instituciones parezca indiferente. ¿Indiferencia, o simplemente no nos ven? Lo que se hace aparente en estos casos es la invisibilidad de las comunidades mal llamadas “minoritarias”. Los latinos nos hemos acostumbrado a ser invisibles en Londres y en el resto del Reino Unido. Pero no tenemos por qué seguirlo siendo. Por ejemplo, podríamos proponer a gobiernos progresistas como el colombiano que elija a su representante diplomático de entre los miembros de la comunidad exiliada en vez de mantener la tradicional feria de estos puestos a ricos y poderosos que no se reconocen a sí mismos en las comunidades colombianas exiliadas ni como parte de los pueblos de color del sur global. Ser invisibles significa que al no pertenecer a ninguna de las denominaciones con que se identifica históricamente a las antiguas posesiones del imperio británico, ni siquiera en la mayoría de los formatos oficiales podemos reconocernos.
Los que venimos de familias caribeñas en Colombia, por ejemplo, solemos marcar la casilla “otro” porque aquí al caribeño lo llaman West Indian, y difícilmente un costeño colombiano se identificaría con el lenguaje colonial que habla de las Indias Occidentales. Se trata de una simulación. Similar a la que disimula el error de navegación de los exploradores coloniales europeos del dieciséis cuando se llama a los pueblos nativos y ancestrales “Indios”. O la que asume que el viaje de la vicepresidenta Francia Márquez al África es una suerte de lujo innecesario. ¿Cuál es la actitud que revela esa foto en la que unas parlamentarias que se autoidentifican como “gente bien” observan con sonrisa socarrona a la vicepresidenta como preguntándose “y quien invitó a esta?” La implicación es que el lugar del encuentro, el Congreso Nacional, solo le pertenece a cierta clase de personas, como si el parlamento fuese una hacienda, y entonces no debería incluir a quienes reconocen tan solo como servidumbre.
Sigue a El Espectador en WhatsAppPor lo mismo no reconocen la importancia de las relaciones con África, la India o el resto de Asia. Ignoran que la noticia internacional más importante del 2023, la que pasará a la historia, es la reciente gira del presidente Lula del Brasil al Asia y los encuentros entre países africanos y los miembros de los BRICS del que también hace parte Sudáfrica, primer destino de la gira de la vicepresidenta Márquez. Se trata de hacer aparente, visible, una voluntad propia de los países del sur capaz de descentrar el eje de resolución de los conflictos globales. Y ello es clave tanto para la paz, como para los objetivos económicos y de justicia climática. Hacernos visibles, bien sea como comunidades en el exilio, como comunidades disimuladas en minorías, o como parte de los nuevos ordenes globales que ya emergen es de la mayor importancia.
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