Las condenas de Álvaro Uribe Vélez y Jair Bolsonaro suscitan muchas y urgentes preguntas. Entre ellas, la cuestión acerca de las relaciones entre verdad, ley e historia, y la manera de contar la historia ocupará a generaciones de literatos, pensadores e historiadores por venir. Para inaugurar ese debate, podemos situarlo en la tensión entre dos posiciones corrientes acerca del rol del “yo” en la escritura de la historia.
De una parte, la tendencia a glorificar la objetividad como coartada para ocultar propósitos inconfesables. Así, por ejemplo, durante los años cincuenta y hasta época bien reciente, mientras se rehabilitaba en silencio a antiguos funcionarios de la derecha nazi y se intentaba ocultar o hacer más tolerable el Holocausto, el exmiembro de las Juventudes Hitlerianas Martin Broszat consideraba que los investigadores judíos que trabajaban sobre la historia del ascenso de los fascistas al poder no eran suficientemente objetivos. Se afirmaba que tales investigaciones estaban viciadas por una nefasta intención polémica, emocional y hasta ideológica.
Treinta años más tarde, Broszat defendió una opinión análoga en contra de lo que llamó “la forma mítica del recuerdo” propia de las víctimas. Abogaba, en cambio, por el uso de procedimientos científicos y precisión forense propios de la historización que, “basándose en criterios de ‘objetivación’ y ‘distanciamiento explicativo’, superaban los límites de una simple condena”. Como recuerda el humanista Enzo Traverso, antes citado, al transformar de esta manera su propia experiencia de la guerra en una comprensión “objetiva” del fascismo, Broszat cedía a una visión ampliamente compartida, según la cual, en beneficio del balance y la temperancia centrada, el historiador debía tener en cuenta los sufrimientos de la población civil alemana y los esfuerzos de su ejército por defenderla del Ejército Rojo.
A lo cual respondió Jürgen Habermas que habían sido precisamente tales esfuerzos “heroicos” en el frente oriental los que habían permitido el funcionamiento de los centros de exterminio nazis hasta enero de 1945. Cuando las derechas latinoamericanas de hoy denuncian los argumentos y evidencias que les han condenado como faltos de balance, insuficientes a la hora de “superar el pasado” o viciados ideológicamente, hacen eco de opiniones como la expresada por Broszat y otros como él desde los cincuenta y durante el Historikerstreit alemán de finales de los ochenta. Se trata, como afirmaba Habermas, de una manera de liquidar el daño perpetrado, aniquilando de paso la historia.
De otra parte, está la tendencia a escribir la historia cada vez con mayor frecuencia en primera persona. Aquí se funden en una sola figura el historiador subjetivista y no pocos novelistas contemporáneos que han empezado a escribir como historiadores o filósofos de la historia, con la pretensión de escribir obras de “no ficción literaria”: Éric Vuillard o el español Javier Cercas, por ejemplo, siguiendo la estela de W. G. Sebald o el último Vargas Llosa.
Aunque en literatura este fenómeno quizás pueda retrotraerse hasta los relatos de Dante o a la retórica persuasiva del derecho positivo, sí parece constituir algo novedoso en historia e incita a la crítica desde otras perspectivas: se trata de la expresión de un “yo” que designa en realidad un “nosotros”, y la presentación de un personaje, su identidad o su espacio interior como un universal singular que engloba al exterior, a su sociedad y época.
Pero si este es el caso, si aceptamos que la frontera entre verdad novelesca y verdad histórica se ha tambaleado y la historia o la filosofía política son, en últimas, “una literatura contemporánea”, un espejo de nuestra época al igual que cualquier otra creación literaria, entonces habrá que evaluar esta forma de escribir como un reflejo de los comienzos del siglo XXI: la era del neoliberalismo, del repliegue hacia el espacio interior y de la esfera pública a la individual.
Si ello es así, como advierten Traverso y otros, más allá de sus méritos y defectos, una obra literaria no atestigua nada más que un cierto estado actual de la memoria contemporánea. Y si ello es así, entonces ya no basta con enfatizar el efecto de distancia de la imaginación para sustentar la evaluación crítica. Será necesario sumergir la actualidad y el presente en el campo más amplio de las posibilidades adyacentes.
Para comprender mejor la dimensión histórica de eventos como la condena de Uribe Vélez y Bolsonaro se requiere de ese segundo movimiento de la actividad mental que llamamos la imaginación, y que ha sido despreciado por la mayor parte de la filosofía, la historia y la literatura occidental. Aquí, un nuevo continente, o mejor, un océano inexplorado, puede avistarse.
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