Por estos días se han escuchado miles de reflexiones sobre los últimos acontecimientos relacionados con los actos de las campañas políticas.
La mayoría de estos análisis —por no decir que todos— concluyen en que hay que darle espacio al debate ideológico, a las propuestas, dejando atrás los rencillas personales que puedan existir entre los diferentes candidatos, bien sea a Congreso o a la Presidencia de la República.
Suena muy bello lo anterior, y estoy seguro de que se puede lograr, siempre y cuando el periodismo nacional no se preste a la trampa del insulto premeditado que hacen los aspirantes políticos con el ánimo de ser titulares de prensa. Esta sería la manera ideal para obligar a los actuales aspirantes a cargos de elección popular a no maltratarse mutuamente y limitarse al debate de ideas y propuestas.
Muy poco debate de ideas se ha visto entre los candidatos presidenciales, y entre quienes aspiran a Senado y Cámara. Del más reciente encuentro, convocado por el diario El Tiempo, la Universidad del Rosario y la fundación Konrad Adenauer, los titulares de prensa dieron cuenta de los insultos y agravios entre Piedad Córdoba y Alejandro Ordóñez, por encima de las propuestas que presentaron los aspirantes a la Casa de Nariño en materia de lucha contra la corrupción, que se supone fue el motivo de la cita.
¿Se puede entonces esperar un cambio de actitud en los protagonistas de las campañas políticas, cuando el periodismo nacional constantemente cae en esta trampa? Si Álvaro Uribe, Paloma Valencia, Ernesto Macías, José Obdulio Gaviria, Rodrigo Lara o María Fernanda Cabal lanzan insultos e improperios contra Juan Manuel Santos o alguno de sus opositores es porque saben que inmediatamente sus nombres serán titulares de prensa, de lo contrario no lo harían, de eso no me cabe la menor duda. En el lado contrario la situación no es distinta, tenemos el caso de Gustavo Petro, por ejemplo, quien dando muestras de su intolerancia a la crítica convirtió en blanco de ataques al columnista de este diario Héctor Abad Faciolince, y ni hablar de Piedad Córdoba quien suele ser contestataria.
La consecuencia de esta actitud de parte de los diferentes aspirantes a cargos de elección popular deja como consecuencia la crispación de los ánimos en los ciudadanos del común, quienes, llevados por una intención malsana de parte de algunos políticos que les instigan con declaraciones salidas de tono, dan rienda suelta a sus pasiones, traspasando la frontera entre un acto de protesta social y el ataque personal con violencia. Acto seguido, sus instigadores salen en cámaras y micrófonos, lavándose las manos y diciendo que “sí a las manifestaciones, pero sin violencia”.
Parece increíble, pero las Farc que durante 50 años estuvieron en la selva están dando mayores muestras de cordura y sensatez, mucho más que quienes se supone fueron educados en las mejores universidades del país y presumen de sus títulos de posgrados y maestrías en centros académicos de los Estados Unidos y Europa, y hoy por hoy solo demuestran que para lo único que les han servido sus enormes diplomas es para adornar la pared de sus casas, porque la decencia y la cultura que se adquiere tras haber pasado por las aulas poco la están dejando ver.
Para colmo, el periodismo nacional en su afán por el rating insiste en caer en la trampa que promueven los políticos al insultarse mutuamente, con la clara intención de registrar en la prensa y que su nombre sea reconocido por los ciudadanos del común, no importa si para esto tienen que acudir a métodos bajos, como destruir la honra de las personas, reproducir mentiras o instigar a la población, que se deja llevar por las pasiones del momento y termina cometiendo actos violentos contra los opositores de aquel aspirante.
Suenan muy bonitas las reflexiones y los análisis para que en la campaña política el debate se concentre únicamente en las propuestas, pero, señores periodistas, ¿desde nuestro oficio sí estaremos contribuyendo para que esto sea realidad?