Es muy fácil echarle la culpa a otro de los errores que uno mismo comete. En este sentido, jamás veremos al ciudadano aceptar su responsabilidad en el aumento de los contagios de COVID-19 en Bogotá.
Muchas veces las autoridades locales y nacionales advirtieron el riesgo tan enorme que significaba el no acatar las medidas de bioseguridad como lavado de manos, uso del tapabocas, distanciamiento social y evitar aglomeraciones. Algo tan simple como eso nos habría evitado que hoy la ciudad se encuentre con las unidades de cuidados intensivos con su capacidad a punto de desbordarse.
¿Por qué será que a los ciudadanos colombianos nos cuesta tanto acatar las medidas que dictan las autoridades para nuestro propio bienestar? ¿Hasta cuándo vamos a continuar creyendo que la desobediencia a las normas nos hace lucir sexis?
Fue evidente el desorden ciudadano en calles, andenes y parques de Bogotá en donde se veía a cientos de personas realizando diferentes actividades, la mayoría por compras navideñas. También se reunían en canchas de fútbol para observar el juego de pequeños torneos de los grupos de barrios, sin olvidar, eso sí, las fiestas y reuniones, muchas sin el uso de tapabocas.
En este caos el vendedor ambulante jugó un papel bastante fuerte, porque no respetó el distanciamiento social y en muchas ocasiones fue la causa para que se formaran aglomeraciones en algunas zonas comerciales en Bogotá. Por supuesto, los hinchas de Santa Fe y del América aportaron su cuota. Tampoco podemos olvidar las aglomeraciones en el transporte público, especialmente en los buses de Transmilenio donde, en lugar de esperar a que pase un articulado, los pasajeros preferían llenarlos a tal punto que era imposible guardar el debido distanciamiento.
Es muy cierto que el mes de diciembre era la época oportuna para tratar de recuperar las pérdidas económicas que quedaron luego del confinamiento al que obligó la pandemia del COVID-19, pero sorprende que no se haya aprendido algo de la lección que quedó y ahora, una vez más, la ciudad se encuentra ad portas de una nueva cuarentena general.
Al parecer los ciudadanos no hemos entendido que evitar un mayor contagio de COVID-19, para que no colapse el sistema de salud, depende de nosotros mismos. Gran parte de la responsabilidad es individual y por lo visto ahí está el talón de Aquiles, porque, insisto, los colombianos creemos que el desacato de las normas nos hace lucir como los supermodelos del mundo.
Ojalá entendamos que el COVID-19 no es ningún cuento, es una realidad. Si no nos cuidamos, ninguna autoridad, por poderosa que sea, lo va a hacer por nosotros. Lo que he notado hasta el momento es que solo cuando fallece alguna persona cercana se cree y se es consciente de la letalidad del virus, y es a este momento al que no hay llegar.
Es muy fácil echarle la culpa a otro de los errores que uno mismo comete. En este sentido, jamás veremos al ciudadano aceptar su responsabilidad en el aumento de los contagios de COVID-19 en Bogotá.
Muchas veces las autoridades locales y nacionales advirtieron el riesgo tan enorme que significaba el no acatar las medidas de bioseguridad como lavado de manos, uso del tapabocas, distanciamiento social y evitar aglomeraciones. Algo tan simple como eso nos habría evitado que hoy la ciudad se encuentre con las unidades de cuidados intensivos con su capacidad a punto de desbordarse.
¿Por qué será que a los ciudadanos colombianos nos cuesta tanto acatar las medidas que dictan las autoridades para nuestro propio bienestar? ¿Hasta cuándo vamos a continuar creyendo que la desobediencia a las normas nos hace lucir sexis?
Fue evidente el desorden ciudadano en calles, andenes y parques de Bogotá en donde se veía a cientos de personas realizando diferentes actividades, la mayoría por compras navideñas. También se reunían en canchas de fútbol para observar el juego de pequeños torneos de los grupos de barrios, sin olvidar, eso sí, las fiestas y reuniones, muchas sin el uso de tapabocas.
En este caos el vendedor ambulante jugó un papel bastante fuerte, porque no respetó el distanciamiento social y en muchas ocasiones fue la causa para que se formaran aglomeraciones en algunas zonas comerciales en Bogotá. Por supuesto, los hinchas de Santa Fe y del América aportaron su cuota. Tampoco podemos olvidar las aglomeraciones en el transporte público, especialmente en los buses de Transmilenio donde, en lugar de esperar a que pase un articulado, los pasajeros preferían llenarlos a tal punto que era imposible guardar el debido distanciamiento.
Es muy cierto que el mes de diciembre era la época oportuna para tratar de recuperar las pérdidas económicas que quedaron luego del confinamiento al que obligó la pandemia del COVID-19, pero sorprende que no se haya aprendido algo de la lección que quedó y ahora, una vez más, la ciudad se encuentra ad portas de una nueva cuarentena general.
Al parecer los ciudadanos no hemos entendido que evitar un mayor contagio de COVID-19, para que no colapse el sistema de salud, depende de nosotros mismos. Gran parte de la responsabilidad es individual y por lo visto ahí está el talón de Aquiles, porque, insisto, los colombianos creemos que el desacato de las normas nos hace lucir como los supermodelos del mundo.
Ojalá entendamos que el COVID-19 no es ningún cuento, es una realidad. Si no nos cuidamos, ninguna autoridad, por poderosa que sea, lo va a hacer por nosotros. Lo que he notado hasta el momento es que solo cuando fallece alguna persona cercana se cree y se es consciente de la letalidad del virus, y es a este momento al que no hay llegar.