El legado de Rodrigo Rivera

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Óscar Sevillano
02 de agosto de 2018 - 03:00 a. m.
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Los festejos, felicitaciones y agradecimientos cuando se termina un edificio se los lleva el arquitecto o el ingeniero civil, y jamás de los jamases se extienden hacia los maestros de construcción y los obreros que participaron en la realización de la obra, que sin su trabajo no sería posible. Igual sucede en una obra de gobierno, los reconocimientos son para el presidente de la República, alcalde o gobernador y pocas veces, para sus ministros o secretarios.

La firma de la paz con las Farc indudablemente tiene un ingeniero civil que se puso al frente de ella y que sin su decisión de sacarla adelante no se hubiese llevado a cabo. Indiscutiblemente hay que felicitar al presidente, Juan Manuel Santos, porque logró quitarnos a los colombianos esa pesadilla que impedía dormir tranquilamente en veredas y municipios. Sin embargo, no nos podemos olvidar de que también hubo personas que sin su decidida participación y trabajo esto hoy no sería posible.

Es ahí donde hablo de los maestros de construcción, en este caso del alto comisionado para la Paz, Rodrigo Rivera, quien muy calladamente ha venido realizando una labor titánica en materia de implementación de los Acuerdos de Paz, en un momento de crispación política por la fuerte oposición del Centro Democrático, y las dudas que se han generado tras la torpeza política de los miembros de las Farc que, como Jesús Santrich, tienen serios cuestionamientos para ejercer cargos en el nivel público y se resisten a hacerse a un lado.

Nada fácil ha sido para Rivera trabajar en este último año los temas de implementación. Si lo anterior le sumamos la situación que ha tenido que enfrentar al interior del Gobierno, donde las entidades que tienen que ver con este tema como la Dirección Nacional de Planeación, el Ministerio de Hacienda, el Ministerio de Agricultura, la Agencia Nacional de Tierras, el Ministerio de Defensa, la Unidad de Reparación a Víctimas, etc., no tenían la decidida voluntad de trabajar articuladamente en este tema, sino que más bien cada una lo hacía a su manera, fruto de la incapacidad del anterior alto comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, para trabajar en equipo, experto en malas relaciones además, podríamos no solo felicitarlo, sino además darle la medalla al mérito.

Dice el viejo y conocido refrán: “Al César lo que es del César”. Rivera entendió que la Oficina del alto comisionado para la Paz no es un ministerio o una rueda suelta, donde se hace única y exclusivamente lo que diga u opine la persona que está al frente de la entidad, como sucedía con el señor Sergio Jaramillo y sus más cercanos asesores, quienes no se dieron cuenta de que para lograr los objetivos que se habían planteado tras la firma de la paz había que articular no solo a varias entidades del orden nacional, sino además territorial. Que aquí era necesario trabajar de la mano de alcaldías y gobernaciones e incluso también con los líderes sociales. Que esto no se hacía con egresados de la Universidad de los Andes, sino con gente en el territorio.

Por suerte Rivera lo entendió y durante este último año ha logrado sentar a la mesa y concertar diálogos con otras entidades del orden nacional y territorial para establecer una serie de trabajos en materia de implementación de paz en los diferentes municipios considerados como “territorios del posconflicto”. Desafortunadamente, su paso por la Oficina del alto comisionado para la Paz se da en el último año del gobierno de Juan Manuel Santos; sin embargo, no se puede desconocer que la lección que deja no solo al interior del gabinete, sino además a la nación entera, de que cuando “se quiere, se puede” y que el único que puede solo es el Llanero Solitario, es indudable.

Cambiando de tema: ¿Qué esperaba el secretario de Seguridad de Bogotá, Jairo García, al desplegar todo un operativo en los barrios El Amparo y María Paz en Bogotá? ¿Encontrar a alias Guacho?

Vivir para ver, decía mi abuela.

@sevillanojarami

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