Qué bueno que el presidente de la república, Gustavo Petro, se haya dado a la tarea de dialogar con las altas cortes para bajarle el tono a una discusión entre las más altas dignidades de los poderes Judicial y Ejecutivo, que ya empezaba a salirse de madre por cuenta de una virtud que los funcionarios públicos suelen perder: la humildad.
Lástima que los políticos colombianos no hayan aprendido el legado que, para la política latinoamericana, dejó el expresidente Pepe Mujica: que desde un alto cargo se puede servir con humildad, sin soberbia y sin extravagancias.
Qué pesar que la peor muestra de humildad la esté dando el presidente Gustavo Petro, quien parece que se le olvidó que en Colombia existe la separación de poderes y que, en aras de un buen gobierno, todos deben trabajar en armonía, pero respetándose la autonomía que les otorga la Constitución.
Nada bien le salió al primer mandatario decir que es jefe del fiscal general de la Nación. Petro sabe muy bien que eso no es cierto.
Y nada bien le salió al fiscal general de la Nación responderle a Gustavo Petro de manera desafiante y con esa soberbia que tanto le caracteriza. Valga la pena recordar que el jefe del ente investigador no es que haya sido una especie de universidad de la humildad.
Para colmo, tenemos también a la vicepresidenta Francia Márquez, con su actitud desafiante y poco receptiva a dar las explicaciones que se la he pedido con respecto a su viaje al África.
Me da la impresión de que los asesores de la vicepresidenta no se han tomado la molestia de explicarle que, desde el momento en que se convirtió en funcionaria pública, su trabajo está expuesto al ojo del ciudadano, quien tiene todo el derecho de preguntar y cuestionar, y que ella solo tiene un deber: responder.
Pero valga decir que estos tres no son los únicos. Podríamos hablar también de la alcaldesa Claudia López, el senador Ariel Ávila, la senadora Piedad Córdoba, el expresidente Álvaro Uribe, la senadora María Fernanda Cabal, el exvicepresidente Germán Vargas Lleras... y un montón de personajes que hacen parte de la política y de la función pública. Han creído que, al ejercer estos oficios, se convierten en intocables, cuando en realidad no son más que ídolos con pies de barro.