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Está visto que al alcalde mayor de Bogotá, Enrique Peñalosa, no le fue posible quitarse —al menos por ahora— el fantasma de la revocatoria del mandato.
Esa figura constitucional que tanto ha molestado a Enrique Peñalosa en lo que va de su alcaldía, y que él mismo con su terquedad y particular manera de actuar se ha encargado de alimentar, amenaza una vez más con sacarlo del cargo, esta vez, por cuenta de la decisión del Tribunal Administrativo de Cundinamarca que a través del fallo de una tutela le ordena al Consejo Nacional Electoral entregar a la Registraduría, máximo 15 días después de la notificación, un documento que certifique si fueron bien o mal tramitados los apoyos económicos a la campaña de revocatoria.
No sé qué acción tomará el burgomaestre, pero lo que sí sé es que no puede continuar por la vía de alimentar el inconformismo ciudadano, tomando decisiones que le generan enormes costos políticos, porque en últimas la que pierde es la ciudad de Bogotá, la misma que hoy se encuentra sitiada por la inseguridad, contaminación ambiental y un transporte urbano caótico.
Podrá Enrique Peñalosa prometer el cielo y la tierra en su cuenta de Twitter y mostrarles a los bogotanos lo hermosa que se ve la ciudad en las imágenes digitales que a diario construye su equipo de trabajo, sin que logre mitigar la mala imagen que él mismo ha construido a lo largo de estos últimos años, demostrando que es un alcalde que se quedó en el pasado y que no supo conectar sus ideas con lo que hoy por hoy espera la gente de sus gobernantes.
Razón tiene Gustavo Petro en afirmar que su “jefe de debate en Bogotá” se llama Enrique Peñalosa, porque el desprecio con el que el alcalde mayor se suele referir a lo que ejecutaron sus antecesores, lo mismo que a los municipios vecinos de la ciudad capital y a cualquier forma de transporte urbano, diferente a TransMilenio, ha alimentado las ganas de los habitantes de la ciudad de querer sacarlo del cargo y le ha dado gasolina a quienes integran la oposición a su mandato para que no solo siembren cizaña, sino que además sueñen con hacer retornar al Palacio de Liévano a su máxima figura, que hoy se encuentra lavando su mala gestión en la Administración Distrital con una campaña a la Presidencia de la República, para luego, si no es elegido como primer mandatario, buscar su regreso al segundo cargo más importante del país.
Tanta es la ceguera y terquedad de Enrique Peñalosa que parece no darse cuenta de que, si la revocatoria a su mandato fuera mañana, el hoy alcalde mayor de Bogotá saldría del cargo de inmediato, porque los ciudadanos no toleran la idea de que se les impongan más buses articulados, sin que se les propongan otras alternativas de transporte urbano; que buscan soluciones de vivienda y vías, sin que su construcción signifique la destrucción del medio ambiente, y que se propongan soluciones para la inseguridad que se vive en la capital, más allá del uso de uniformados de la policía en quienes los bogotanos no confían, porque muchas veces se alimentan del mismo plato en el que come la delincuencia urbana.
La revocatoria del mandato seguirá trasnochando al alcalde mayor de Bogotá y debemos ser honestos, si se llega a dar esa posibilidad, el único responsable se llama Enrique Peñalosa Londoño.
