No se puede desconocer el papel de unión que jugó la excongresista Íngrid Betancourt en los constantes desacuerdos que se vivieron al interior de la Coalición Centro Esperanza, que terminaron por volverse una constante y que dejaron ver la poca confianza y afecto que puede existir entre los integrantes, pero tampoco se puede ignorar que, como persona y líder, tiene intereses propios que en algún momento podía manifestar.
Mucho menos se le puede juzgar por presentar su nombre a consideración del electorado nacional en el momento en que se deba escoger un nuevo presidente de la República. Esto es un derecho que le asiste y puede ejercer.
Lo que no estuvo bien, y no sé si la candidata esté dispuesta a reconocer, fue ventilar un problema que debió tramitarse al interior de la Centro Esperanza para luego retirarse de la consulta, dejando en la cuerda floja las precandidaturas de Sergio Fajardo y Carlos Amaya, quienes tuvieron que buscar otro partido y cambiarse de camisetas en cuestión de minutos para no quedar por fuera del tarjetón.
Vale la pena anotar que con el candidato al Senado Humberto de la Calle no sucedió lo mismo, porque el excomisionado de paz quedó en medio de dos fuegos al tener el aval del Partido Verde Oxígeno, en donde Íngrid Betancourt es dueña y señora, mientras los afectos y el corazón los tiene en la Coalición de la Esperanza.
Como era de esperarse, esto generó una nueva crisis en una coalición integrada por un grupo de personas que durante los últimos meses se han dedicado a demostrar que en sus cabezas hay más ego que ideas de país.
Acertaron quienes pensaron en Íngrid como un valor agregado a la coalición. Al fin de cuentas nadie puede negar que es un personaje de lujo. Pero en lo que sí se equivocaron es en creer que ella podría ser factor de unión.
Olvidaron que la excongresista tiene un temperamento volcánico y que está acostumbrada a dar órdenes en lugar de obedecerlas, y que, en escenarios de diálogo, donde es necesario llegar a consensos, se torna un tanto conflictiva. Quizás esta sea la razón por la cual tiene tan buena relación de amistad con la senadora Angélica Lozano. A fin de cuentas, Dios las hace y ellas se juntan.
Esto hizo que, una vez más, un grupo de personas que deberían estar en la lógica de darles a conocer a los colombianos las razones por las que deben elegir un candidato entre Juan Manuel Galán, Jorge Robledo, Carlos Amaya, Alejandro Gaviria y Sergio Fajardo, estén una vez más pensando en cómo superar una nueva crisis, en lugar de discutir por qué las ideas de A, son mejores o peores que las B, C, D y hasta E.
Qué lástima que lo que pudo ser un ejercicio interesante de consulta interna en el marco de las elecciones presidenciales terminó convertido en un espectáculo grotesco y vergonzoso donde sus competidores no se disputan por demostrar quien le presenta al país las mejores soluciones que generen un cambio en la manera de conducir el Estado, sino que se pelean por demostrar cuán grande es la vanidad y el ego que cada uno de estos tiene.
Es por esto que no me cabe la menor duda de que los miembros de la Coalición de la Esperanza todavía no están preparados para gobernar un país que pide a gritos que sus líderes tengan una buena dosis de humildad para escuchar a su población y atender sus necesidades.
En cuanto a la decisión tomada por Íngrid Betancourt de buscar la Presidencia de la República en solitario, solo puedo decir que con esto demuestra que lleva mucho tiempo viviendo por fuera del país, porque hoy por hoy se requiere que los buenos se unan para expulsar del manejo de las finanzas públicas a quienes han llegado a desangrarlo.