Comienza la despedida del presidente Iván Duque y también inician los diferentes balances a su gestión. El peor de ellos, la seguridad y el orden público, refiere a un tema que su partido, el Centro Democrático, pretende esquivar, porque saben muy bien que de una u otra forma la responsabilidad recae sobre ellos.
Hoy tenemos un Eln envalentonado desarrollando acciones de sabotaje que, aunque no falte el que las tilde de “pequeñas”, distraen, hacen ruido y desconcentran a la Fuerza Pública de su tarea, porque, al desarrollarse de manera simultánea en diferentes lugares, no saben a cuál atender primero ni qué grado de importancia prestarles.
Menospreciar a esta guerrilla es uno de los tantos errores que a diario cometió el presidente de la República, porque a un enemigo, por pequeño que sea, no se le puede mirar por encima del hombro ni mucho menos creer que con insultos ante los micrófonos y cámaras se les va a asustar.
Gracias a Duque, Colombia no puede dormir tranquila porque el miedo a ser víctima de algún ataque de la guerrilla del Eln o de las disidencias de las Farc regresó a los territorios en donde la implementación de la paz se tenía que hacer con mayor firmeza.
Por supuesto, el presidente no se inmuta, entre otras porque no conoce estos territorios, no sabe que sucede allí y, por supuesto, su desconexión con ellos es total. Esto ha provocado que los desplazamientos no cesen, el reclutamiento de menores de edad siga firme y cada día asesinen mínimo a un líder social.
No se puede desconocer tampoco que el Clan del Golfo sigue vivo y que la captura de alias Otoniel en ningún momento significó su final, porque en Colombia lo que tradicionalmente ha ocurrido cuando un comandante de determinado grupo ilegal es capturado o dado de baja en combate, es que de inmediato se lo reemplaza por otro u otros, lo que hace que el país caiga en un círculo vicioso.
Es por eso tan importante que alias Otoniel rinda declaración antes de ser extraditado a los Estados Unidos, para que Colombia sepa de una vez cual es la estructura mafiosa con la que cogobierna y que requiere ser desmantelada.
Por supuesto, esta es una verdad a la que teme el país, pero que, por mucho miedo que le tenga, se necesita conocer, si es que en verdad se quiere devolver la dignidad al país, cosa que Duque debe tener muy claro antes de cometer la ligereza de creer que, enviando a Otoniel a los Estados Unidos, se hizo justicia, cuando bien sabemos que a los gringos solo les interesa un delito, el del narcotráfico. El resto les importa un pepino. A fin de cuentas, son temas de Colombia, no de ellos. Espero que el presidente lo tenga claro y que al menos una sola cosa haga bien.
Ni hablemos de la seguridad ciudadana, un asunto bastante delicado que no es culpa de los alcaldes, porque ellos no son los jefes de la Policía: el máximo comandante de esta institución es el presidente de la República, quien debe colaborar con los mandatarios locales para preservar el orden en cada una de las ciudades.
Por supuesto, ni el Centro Democrático ni su candidato Óscar Iván Zuluaga harán mención a estos temas porque sería como echarse la culpa ellos mismos, el problema para el partido uribista es que Colombia no está llena de gente tonta como ellos creen, porque todo el país sabe muy bien que el responsable del orden público y la seguridad es el presidente de la República, es decir: del uribista Iván Duque.
Para darse cuenta de que el orden público en Colombia está hecho trizas, como la paz, basta con comparar la situación en la que se dieron las elecciones de 2018 con las de ahora. Notarán la diferencia.