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Es desesperante y angustiante cuando, en medio del oficio de periodista, nos enteramos de casos de violación o acoso sexual a menores de edad. Y lo es mucho más cuando la justicia y las instituciones que se supone deben proteger a niños, niñas y adolescentes del actuar de estos delincuentes no actúan o se hacen las de la vista gorda.
Hace unos años, tuve la oportunidad de conocer a una familia y poco a poco me enteré de un hecho repudiable, lamentable y detestable a la vez: de los cinco hermanos, tres habían sufrido en su niñez tocamientos y agresión sexual por parte de su papá. Dos se salvaron: una porque, según narra, salió a correr y no se dejó, y el menor porque gran parte de sus primeros años estuvo mucho tiempo con la familia de una tía.
La madre de estos niños (hoy mayores de edad), es una mujer humilde que constantemente era agredida tanto física, como sexual y psicológicamente por su compañero sentimental, muchas veces delante de sus hijos, además de tenerla amenazada para que no contara nada de lo que sucedía al interior de su hogar.
Toda esta situación cambió el día en el que uno de sus vecinos se dio cuenta de que el señor Robert Méndez estaba detrás de su niña menor, de 10 años, por lo cual lo denunció, enviándole unos buenos años a la cárcel por acoso y tocamiento a menor de edad. Durante estos años, se vivió cierta tranquilidad al interior del hogar de estos hermanos y su madre, aunque algo era claro: el lazo familiar se rompió y al día de hoy ha sido difícil sanar heridas y olvidar resentimientos.
Cuando Robert salió de la cárcel, su esposa no quiso regresar con él y ya cuatro de sus hijos habían cumplido la mayoría de edad. Muchos pensaron que este hombre había aprendido la lección tras las rejas. Craso error porque, actualmente, según dice uno de sus familiares, otorga regalos y cuida de una niña en la localidad de Kennedy en Bogotá -hecho que le preocupa bastante, porque no desea que a ningún niño se le robe la inocencia y se atente contra su dignidad-.
Fue esto lo que lo llevó a entablar una demanda en la Fiscalía y alertar al Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF). Al darse cuenta de que el tiempo pasaba y ninguna de las dos entidades hacía lo propio, regresó a ver qué ocurría. Como era de esperarse, el ICBF, como siempre, demostró que no es más que una institución que se dedica a nombrar a una cantidad de personas para que se limiten a llenar un papel sin hacer algo para cumplir con sus objetivos. De la Fiscalía, ni hablar.
Por supuesto, el joven se vio en la necesidad de entablar una segunda denuncia que, se supone, la Fiscalía atendió y está en la tarea de investigar, haciendo todo lo posible por rescatar a esa menor de las garras de este señor que, como se ha demostrado, es un peligro para la sociedad.
Hechos como estos hacen que uno se pregunte de cuántos “Garavitos” está lleno este país, que se encuentran por ahí, como si nada. No porque la gente se quede callada sino porque la justicia y el ICBF no actúan como debe ser.
Pareciera que, en Colombia, cuidar de la integridad de niños y adolescentes es una tarea que poco le importa al Estado. A lo mejor es por eso que el ministro de Defensa considera que los menores reclutados a la fuerza por los grupos armados ilegales no son víctimas del conflicto sino “máquinas de guerra” y por eso justifica que se les bombardee. Seguramente es por esto también que cuando una persona acude al ICBF para pedir las herramientas legales para proteger a un pequeño se le llena de trabas, condenando al niño a alguna desgracia.
Pero, eso sí, no faltan en medio de las campañas políticas quienes se aparecen con pancartas, megáfonos y marchas, pidiendo cadena perpetua para violadores de menores, para así ganar votos y aplausos, cuando meses atrás ignoraron a las víctimas que en algún momento los buscaron para contar su tragedia.
Ojalá la sociedad levante su voz en contra de todo aquel que se atreva a atentar con la dignidad y la inocencia de un menor de edad, sea niño o niña, y espero que la justicia actúe en casos, como el que narro en esta columna, con toda la contundencia que se requiere.
Nota. Por respeto a las víctimas de la tragedia narrada, sus nombres son omitidos.
