El país cada semana se levanta estupefacto con el proceder personal y “profesional” (político) del actual ministro del Interior, Armando Benedetti. Benedetti, día tras día, comete un hecho que podría constituirse en delito, o al menos, un hecho que raya con la ética, los escrúpulos y el recto proceder. Es como si lo gobernara la maldad, la desfachatez, la ironía y la perversidad.
Eso le ha ocurrido durante muchos años al camaleón Benedetti, no es en realidad nada nuevo. Lo que hoy ocurre, sin embargo, es más notorio, pues el poder que hoy ostenta por cuenta de su cercanía con Petro y los altísimos cargos en que éste lo ha designado, hacen todo no solo más escandaloso sino más grave.
A Benedetti, Petro lo ha puesto a cambiar de pupitre más que de calzoncillos. En menos de tres años, el presidente ha encontrado en Benedetti el comodín para toda clase de altos y diversos cargos, al punto que lo ha nombrado dependiendo no solo de la coyuntura política sino de la situación personal por la que atraviesa su protegido. Lo lleva y lo trae, lo saca del país y lo devuelve. Lo hace visible y lo desaparece. Sin embargo, Benedetti en donde esté y desde donde esté, siempre brilla, claro está, por su maldad, mal desempeño, perversidad y porque demuestra que es capaz de hacer, incluso, algunas cosas lícitas.
Petro nombró a Benedetti en el servicio diplomático -sin cualidades, ni maneras, y en contra de lo que anhelaba Benedetti-, primero, como embajador de Colombia en Venezuela y luego le abrió algo que estaba clausurado, ello es, lo nombró embajador de Colombia ante la FAO, en donde sus escándalos fueron inversamente notorios a su gestión. En ese momento, Petro y su primera línea lo querían lejos, muy lejos.
En ese contexto se conocieron audios de conversaciones de Benedetti con varias personas, entre ellas, su exempleada Laura Sarabia, a la sazón secretaria general de la Presidencia y poder en la sombra del gobierno del “cambio”. En esas conversaciones hubo de todo: Sarabia y Benedetti, incluso, hablaron hasta de cosas lícitas del pasado y del presente, y Benedetti sembró muchas amenazas para materializar en el futuro. Benedetti, en muchas ocasiones, con y sin el influjo de drogas y alcohol, se despachó contra Petro y dejó claro que la financiación de la campaña presidencial, donde Benedetti no se cansa de decir que fue el hombre clave y el que más trabajó, estuvo plagada de irregularidades.
Después de un momento difícil para Benedetti respecto de sus adicciones y su proceso de recuperación -que no se le nota mucho- regresó a donde el amenazado Petro y éste, sobornado hasta el tuétano, le dio a Benedetti lo que siempre quiso: ejercer el poder desde la Casa Estudio, otrora llamado Palacio de Nariño. Lo nombró, contra viento y marea, secretario general de la Presidencia, ante la resistencia temporal y aparente de gran parte del petrismo (lágrimas de cocodrilo), quienes luego sucumbieron ante los “encantos” de Benedetti y la retórica de Petro. En ese cargo fue flor de un día, pues Petro lo promocionó a ministro del Interior, convirtiendo a Benedetti y lo que él encarna en el centro del poder político.
De ahí en adelante, Benedetti se dedicó a hacer un infructuoso trabajo político en el que ha dado malos resultados. No avanza la agenda legislativa del gobierno en el Congreso, se ahogó la reforma laboral, se le hundió la inapropiada consulta popular y como si fuera poco, se encuentra hoy en el ojo del huracán por sus ilegales presiones a la exministra de justicia y la compra de testigos, hechos estos de recién conocimiento público que demuestran que “Armandillo Pillo” es como lobos: pueden cambiar de piel pero no de costumbres.
Ya va siendo hora de que la Fiscalía, la Sala Penal de la Corte Suprema y la Procuraduría se encarguen de Benedetti. Son muchas investigaciones en curso, pero al mismo tiempo, muchos desafueros en el marco de la impunidad, que minan, día tras día, la confianza ciudadana en las instituciones, su eficacia e independencia.