Las cosas por lo general no ocurren por casualidad sino por causalidad. Y esto, que es una verdad de a puño, se hace evidente hablando del desempeño económico de los países. En Colombia y también en otros lugares del mundo hay personas que creen que los asuntos políticos son líos entre políticos y que ello no nada tiene que ver con los asuntos relativos al crecimiento y desarrollo económico. Creen que son dos mundos paralelos.
Quienes creen o creyeron que los líos políticos que rodean al presidente Petro son de la esfera exclusiva de quienes hacen gobierno y de quienes hacen oposición están muy equivocados, pues no han comprendido que el mega ambiente político supedita del desempeño del micro ambiente económico.
De tiempo atrás, muchos hemos venido insistiendo en que este circo llamado gobierno Petro -que no ha dejado de serlo ni por un solo minuto- debe cambiar categóricamente la forma de gobernar. El gobierno debe pasar de la carreta a la realidad, del discurso a la acción, del radicalismo al consenso y del trasnocho al trabajo, pues de seguir como va, los indicadores económicos en el inmediato, corto y mediano plazo (esperemos que en el largo plazo ya exista otro gobierno) seguirán deteriorándose como hace muchos años empezó a ocurrir en Venezuela y Argentina, por solo citar algunos ejemplos que coinciden con gobiernos que, al parecer, son los que le han marcado la ruta a Petro como destructor de todo lo que funciona bien y perpetuador de lo que funciona mal.
Los negocios, las inversiones, los proyectos y hasta los sueños buscan aplazarse cuando la política entra en turbulencia; cuando los gobernantes no dan señales claras sobre el futuro; cuando el presidente persigue u odia a los empresarios; cuando el gobierno manda señales de intervención del Estado en la economía; cuando soplan vientos de estatización de actividades, sectores económicos o negocios; cuando un día se dice una cosa y otro día otra; cuando los presidentes se inventan cinco pelas al días todos los días; cuando se vive de escándalo en escándalo de corrupción; o cuando la gente percibe que todo transcurre en arenas movedizas. En esas condiciones, no hay prosperidad económica y mucho menos cuando todo lo anterior ocurre al unísono.
El país quedó al menos muy preocupado con las cifras reveladas por el DANE la semana pasada que muestra que, en seis de las doce actividades económicas allí indicadas, las tasas de crecimiento en el último año son negativas: explotación de minas y canteras (-1,5 %); industrias manufactureras (-5,9 %); comercio al por mayor y al por menor (-0,8 %); información y comunicaciones (-1,6 %); actividades financieras y seguros (-3 %); y actividades profesionales, científicas y técnicas (-0,2 %). Y no era para menos, pues, adicionalmente, la construcción y las actividades inmobiliarias, caracterizadas por jalonar decenas de industrias en la economía, crecieron a tasas ínfimas del 0,7 % y el 1,7 %, respectivamente, lo cual cierra este círculo tortuoso que muestra un pésimo presente y un desalentador futuro.
Siendo así las cosas, resulta más que evidente que la economía no va bien, y que los empresarios y los gremios, ahora sí todos, deben levantarse frente al gobierno, pues la estrategia de algunos -con pocas excepciones- de quedarse callados y esperar a que las cosas salgan relativamente bien, fracasó rotundamente frente a este gobierno miope y de oídos sordos, en donde poco a nada les importa el desarrollo económico y los empresarios como motor del mismo.
Los empresarios y ciudadanos que creen que el desastre del gobierno de Petro es menor por tratarse de temas políticos entre políticos deben detenerse a analizar las cifras sobre crecimiento económico y desempeño sectorial empresarial, pues como vamos, vamos muy mal y cada día que pasa se pierde la esperanza de que este gobierno cambie de rumbo. Este asunto nos compete a todos, y el momento es ya, después en el despeñadero será demasiado tarde.