La extensa entrevista que le hiciera la Revista Semana al varias veces excanciller Álvaro Leyva Durán –primero de las FARC-EP y después de Colombia– resultó bastante mal para Gustavo Petro y su gobierno. No obstante, también resulta fatal para el propio entrevistado, un hombre turbio, amigo de la guerrilla y otrora cercano promotor de Petro, a quien, en su momento, el presidente electo le dio especial, retributiva y simbólica importancia al anunciarlo como ministro antes que a cualquier otro de quienes formaron ese primer gabinete el 7 de agosto de 2022.
Gánale la carrera a la desinformación NO TE QUEDES CON LAS GANAS DE LEER ESTE ARTÍCULO
¿Ya tienes una cuenta? Inicia sesión para continuar
De la entrevista a Leyva y de sus más que vagas y evasivas respuestas, se advierte que, en nada bueno –como para variar– andaba él. Aunque Leyva dice que eso de andar tratando de tumbar a un presidente o a un gobierno no es consecuente con su vida, su trayectoria y sus “principios”, lo cierto es que ello no es verdad. Leyva siempre ha estado ideológicamente afín a quienes le han hecho un enorme daño a este país como, por ejemplo, la guerrilla que tantos secuestros, asesinatos, extorsiones, reclutamiento, desplazamientos, despojos, torturas y violaciones ha cometido por décadas, dejando millones de víctimas y, obviamente, de quienes han tratado de tumbar desde la guerra insurgente y subversiva a todos los presidente que han antecedido a Petro.
Haber nombrado canciller a un tipo con el pasado y los “pergaminos” de Leyva fue, sencillamente, una afrenta que Petro le hizo a Colombia. No es de menor tamaño que la que le hicieron también a este país quienes ayudaron a elegir a Petro pues, al final, lo que hoy estamos viviendo no hubiese sido posible sin el voto cómplice de millones de colombianos.
El paso de Leyva por la Cancillería fue un fiasco absoluto. Con su aval y el del presidente, claro está, se nombraron en el servicio diplomático a varios esperpentos como el siniestro –por decir lo menos– Armando Benedetti, a quien Leyva no solo nombró en Venezuela sino que le reabrió embajada ante la FAO; a León Fredy Muñoz en Nicaragua y a Sebastián Guanumen en Chile, por solo citar algunos de quienes integran esta innumerable lista de desatinos. Tampoco es menor el hecho de que el Consejo de Estado haya tenido que anular tantos nombramientos diplomáticos por cuenta de que los nombrados no cumplían los requisitos. Esto ha llegado al absurdo de que el gobierno ha anunciado recientemente que reformará las normas para que respirar sea el único requisito para estar en la diplomacia colombiana.
Y aunque al país se le olvida, el primero en meterle mano a la licitación de los pasaportes fue el otrora canciller Leyva, quien ordenó, sin siquiera sonrojarse, declarar desierta la licitación por el solo capricho del presidente Petro. Fue tan grosera la decisión que puso a salir corriendo del gobierno al entonces secretario general de la Cancillería, José Antonio Salazar, a quien tanto Leyva como Petro tildaron de traidor por no atreverse a delinquir (prevaricar), claro está, no sin antes declararlo insubsistente y darle tratamiento de conspirador. Salazar les respondió, refiriéndose a su insubsistencia que, “Si eso es el resultado de cumplir estrictamente con la Constitución y la ley, me voy feliz. Después de hacer un estudio minucioso (…) encontré que no era viable mantener en vigencia la decisión del canciller Leyva”.
No le falta razón a Leyva en lo que dice del presidente Petro, pero tampoco les falta razón a quienes atacan al excanciller, pues la verdad es que ahí el diablo entra, los mira, se atemoriza y se niega a escoger. Esa es la verdad de ese circo, pues ciertamente ambos son y han sido siempre un par de conspiradores irredimibles cuyas propias y coyunturales conveniencias han estado por encima de las del país, así digan lo contrario y hasta se lo crean.
Si algo es Leyva, es un conspirador que siempre ha estado al lado de quienes han querido subvertir el orden constitucional y la democracia. Igual que Petro. No les sirve la democracia, ni siquiera cuando la usan para hacerse al poder.