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La falta de experiencia de Petro en gobernar bien —lo de Bogotá fue un desastre descomunal— y su nulo conocimiento técnico sobre nada —solo sabe hablar carreta y meter cuentos inverosímiles que cautivan a muchos, pero no por eso dejan de ser cuentos— cada vez son más visibles y risibles.
La ausencia de información y claridad y la presencia de gran improvisación sobre las que serían las reformas más “ambiciosas” de los últimos años —dentro de las que se destaca para mal la reforma a la salud— solo confirman que vamos rumbo al despeñadero, aunque algunos no se den cuenta o se quieran hacer los de la vista gorda, pero el final sufriremos y maldeciremos todos.
Recordemos cómo Petro y sus aliados políticos se encargaron de promover e incentivar las revueltas sociales de los últimos años, aprovechándose del inconformismo de la población, pero buscando no soluciones sino conseguir votos y generar estragos en todo el país que solo trajeron más separación en nuestra nación.
La protesta social, gracias a instigadores como Petro, se ha convertido en un método efectivo pero peligroso, que puede terminar en un harakiri para el actual Gobierno. Esto ha afectado, por contera, la independencia de las demás ramas del poder público que se han visto amedrentadas por las formas de violencia adoptadas en la mayoría de las protestas sociales que actualmente se presentan en el país, gracias a lo que en algún momento instigó y enseñó Petro y que le sirvió para acceder a la Presidencia.
Por el lado del Congreso, recordemos el caso de los indígenas que el pasado 17 de febrero intentaron ingresar al Capitolio, bloqueando e impidiendo el acceso de la población y funcionarios. Eso no es más que un mecanismo antidemocrático para amedrentar a los legisladores, quienes necesitan de todo menos eso para hacer un trabajo técnico-político, responsable y juicioso.
Claro que la protesta social es válida y sin ninguna duda ella es fruto de la inconformidad, pero irse contra las instituciones no es la forma legítima de ejercerla en democracia. No puede legitimarse que las decisiones del Congreso se vean alteradas por la violencia y las amenazas. Por el contrario, la historia nos ha enseñado que la democracia es un juego de consensos entre lo que hay que hacer y lo que es posible hacer.
Por otro lado, la justicia también se ha visto afectada por el mal ejemplo y las indebidas enseñanzas que Petro ha venido cosechando. Hoy en día, los manifestantes también han acechado y hostigado a los funcionarios de la Rama Judicial quienes también han sido afectados por las manifestaciones violentas, cuando estos vándalos han tratado de modificar sus decisiones.
Todo parece indicar que el Estado de derecho, gracias a la enseñanzas de Petro, va desapareciendo y se va convirtiendo en un Estado de opinión, que es lo que antes fue instaurado por su antagonista natural, el también perverso Álvaro Uribe Vélez. Tanto deseaba Petro no parecerse a Uribe, que terminó siendo idéntico o peor. Ya lo dice la ciencia: “Los polos se atraen”.
Cada vez que el Gobierno, fruto de su incapacidad, trata de promover reformas que requieren de un alto grado de conocimiento técnico, se aprovecha de la población y la manda a las calles para poder hacer lo que quiera ante la justicia o ante el Congreso, lo cual es gravísimo, pues eso solo conduce al totalitarismo y las dictaduras.
De esta manera es claro que la forma como se vienen tomando decisiones en nuestro país va siendo producto más de un golpe de opinión influenciado por las amenazas de violencia y paralización por las protestas, que de un consenso valido y democrático. Ojalá a Petro esto no se le salga de las manos, porque jamás podrá olvidar la sabiduría popular cuando nos dice: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”.
