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El monstruo escapó de su destierro

Pablo Felipe Robledo

05 de mayo de 2020 - 06:37 p. m.

En la columna “El batallón de ciberdelincuencia”, me referí al escándalo revelado por la revista Semana que daba cuenta de chuzadas, seguimientos e interceptaciones clandestinas que se estarían adelantando en el gobierno “del que dijo Uribe”, desde las guarniciones militares, contra periodistas y columnistas de quienes, por una u otra razón, se cree que son un estorbo o lo que fueren. ¡Vaya uno a saber!

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Aseguré que era demasiada coincidencia que fuera en un gobierno uribista que estos escándalos salieran a flote. No es un secreto que el entonces gobernador Uribe había ya cogido fama de “chuzador”, que ratificó con creces en su presidencia, cuando se espió a periodistas y columnistas opositores.

Ahora, Semana revela “Las carpetas secretas”. Este escándalo tiene sorprendidos a los colombianos, incluso al Gobierno, al que todo parece habérsele salido de las manos, pues hasta “sus propias tropas” terminaron “perfiladas”, como le dicen ahora a la labor de averiguar hasta qué come uno.

Se habla de decenas de perfilados. Todos los casos son graves y generan pérdida de credibilidad institucional. Sin embargo, el “perfilamiento” de periodistas reviste la mayor gravedad. Atentar contra la libertad de prensa es atentar contra la democracia. La razón de la prensa libre es obtener y divulgar información, por demás escasa y difícil de conseguir, sobre el funcionamiento de los poderes públicos. Con ello, nos enteramos de lo que allí ocurre, pero por fuente distinta al propio gobierno, siempre sesgado y sin ganas de contar. No en vano, el periodismo desde el siglo XVIII es conocido como el “cuarto poder”, y hace parte del sistema de pesos y contrapesos. Intimidar a ese “cuarto poder” es tan grave como intimidar al Poder Judicial. Un país democrático no puede permitirse que sus autoridades intimiden, atenten o siquiera “perfilen” a periodistas o críticos. Los ciudadanos tenemos un derecho sagrado: el derecho a ser incómodos para un gobierno.

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La prensa libre es los ojos y la voz del pueblo. Amordazar a la prensa es tan grave, que para ilustrarlo quisiera tomar prestada del libro Historia y poder de la prensa, de Raúl Sohr, esta historia de Napoleón cuando regresaba de su exilio en la isla de Elba con destino a París.

A medida que Napoleón iba avanzando, el diario opositor Le Moniteur iba titulando, día tras día: “El monstruo escapó de su lugar de destierro”, “El monstruo ha avanzado hasta Grenoble”, “El tirano está ahora en Lyon”. Con el paso de los días, Napoleón logró intimidar a los periodistas, y dos semanas después el diario parisino, ya cooptado por Napoleón, tituló: “Ayer por la tarde Su Majestad el emperador hizo pública entrada a las Tullerías. Nada puede exceder el regocijo universal”.

Logrado su cometido, Napoleón alardeó de su “éxito”: “La libertad de prensa debe estar en manos del gobierno (…). Abandonarla a sí misma es dormirse junto al peligro”. Claro, la prensa es incómoda para los gobiernos, pero de eso se trata. Sin la prensa, no tendríamos la capacidad de ver los abusos del poder o descubrir los grandes escándalos de corrupción.

Solo con una prensa libre podremos ver cuándo es que el “monstruo se escapa de su destierro”.

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