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Estamos gobernados por un loco que se cree cuerdo, un ignorante que se cree sabio, un insensato que no advierte sus propias contradicciones, un mentiroso que actúa más serio que un tramposo, un corrupto que se cree impoluto, un energúmeno que ni cara de bravo pone y un disociador que se cree el salvador del mundo y de la sociedad.
Esa complejidad de Petro, que reúne todos los defectos del ser humano en uno solo, en ocasiones, lo vuelve inatacable, precisamente por las bestialidades que dice, por las demenciales propuestas que lanza, por la cantidad de frentes que simultáneamente abre y por el odio que destila contra todo y contra todos.
Salvo contadas excepciones que no pasan de los dedos de una mano, lo anterior es predicable no solo del presidente Petro sino de su equipo más cercano de gobierno, a quienes por nada del mundo se les ocurre ni siquiera poner en entredicho el estado errado, fantasioso y paralelo a la realidad en que vive su jefe, porque, al final, son solo borregos que siguen a su líder y están dispuestos a inmolarse con él. Solo después de que los despiden, los maltratan o se van aburridos, abren la boca y de qué manera, para retratar ese infierno en el que viven quienes están en el gobierno y todo lo aguantan, pues al unísono han acordado vivir su cuarto de hora, unos para robar y todos para disfrutar del poder que nunca han tenido, pues el que jamás ha visto a Dios cuando lo ve se obnubila.
Como lo he dicho varias veces, a Petro le encanta gobernar disparando desde una trinchera acabando con todo lo que vea o se le atraviese, ufanándose de los restos y ruinas que va dejando con su lengua, su actuar, o incluso con sus deliberadas omisiones. Pelea con Raimundo y todo el mundo, con razón o sin ella -eso no importa-, calificando a su oponente de racista, corrupto, fascista, nazi, esclavista, explotador, acaparador, tramposo, asesino, o incluso, hasta de neoliberal, capitalista, no intervencionista, como si esto último fuese deshonroso. Es la forma que tiene Petro de encasillar a la gente para hacerla ver perversa y él una víctima del establecimiento y sus instituciones, pues el que no está con él no solo está contra él, sino que es su gran enemigo, al que solo le cabe expresarle su odio insultándolo y calumniándolo desde su impune tribuna presidencial. El poder presidencial al servicio del odio visceral.
En unos pocos y recientes días, el presidente Petro ha desatado su ira contra, por ejemplo, Jaime Alberto Cabal y Germán Vargas Lleras a quienes asoció con la esclavitud; Claudia López y Katherine Miranda a quienes asoció con el engaño en consultas populares anteriores; Iván Duque acusando a su gobierno de robar los recursos de la salud durante la pandemia, comprar Pegasus, subsidiar la gasolina, y el uso de millones de pesos en gas para dispersar las marchas de protesta; Carlos Fernando Galán a quien llamó codicioso por las inundaciones en el norte de Bogotá y por querer urbanizarlo; Sergio Fajardo a quien asoció con gobernar con la mafia -nunca entendí-; Efraín Cepeda por el manejo que le dio al debate de la salud en el Congreso; Luis Carlos Reyes por atacar a amigos del presidente que pidieron puestos en la DIAN; Miguel Ángel Pinto a quien asocia con peligrosos bandidos; entre muchos otros.
Y ya en el terreno empresarial atacó al Consejo Gremial Nacional, a la ANDI, a FENALCO, a EPM, a las EPS, a AUDIFARMA y en general, a toda la clase empresarial, pues en eso parece un disco rayado en la misma canción en contra del desarrollo económico y empresarial.
Colombia jamás había tenido un presidente tan lleno de odio y de resentimiento, pero al mismo tiempo tan insensato, en donde el norte está en el caos y en el caos sus votos para reelegirse en cuerpo propio o ajeno, pues en realidad ya no sabe uno quién está más loco o es más ignorante, si Petro o todos aquellos que aún lo idolatran como en aquellas épocas en donde algunos, incluso ilusos letrados, pensaron que surgía un líder cuando en realidad surgía un antisocial con el poder casi ilimitado que en Colombia tiene un presidente.
