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El sol a las espaldas

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Pablo Felipe Robledo
13 de agosto de 2025 - 05:00 a. m.
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Transcurridas las festividades del 7 de agosto, Petro entró a gobernar con “el sol a las espaldas”, como diría el expresidente Alfonso López Michelsen. El sol a las espaldas es el último año del cuatrienio de gobierno en el que no se le hace caso al presidente, no se le aprueba nada trascendental y nadie le pasa ni al teléfono.

Aunque a todos los presidentes les ha tocado gobernar con el sol a las espaldas, en el caso de Petro la cosa es aún más difícil. A Petro le tocará gobernar –cosa que no le gusta–, le tocará lidiar con su peor enemigo que es él mismo –cosa que le es inevitable– y le tocará hacer algo trascendentalmente positivo para merecer ser recordado –se le fue ya casi todo el gobierno sin lograrlo–, y le tocará, además del sol en las espaldas, cargar en ellas las toneladas que pesa el remordimiento. Sí, el remordimiento de no haber hecho nada y ser, sin duda, el peor presidente de Colombia en las últimas décadas. Su demencial vanidad no le permitió evitar ser el peor, pero por ella seguirá cabalgando sobre sus demonios y delirios.

Petro, tal y como lo pronosticamos desde esta columna, y con insistencia, cumplió –y con creces– con las malas expectativas que sus contradictores le augurábamos. Siempre afirmamos, sin tapujos ni medias tintas, que Petro como presidente no solo sería un desastre sino también un fiasco. Petro pasó por la presidencia con mucha pena y sin ninguna gloria.

Hay alto consenso sobre el hecho irrefutable de que Petro no logró ni gobernar, ni guiar al país, ni cohesionar a esta sociedad, ni concretar una sola buena ejecutoria. No hizo nada de nada, salvo muchas cosas mal, pues en eso sí es imbatible e insuperable.

El gobierno de Petro es el gobierno de la miseria y del miserable universal, a 360 grados. Es imposible concluir algo diferente; míresele por donde se le mire. Fomentó el subdesarrollo, el decrecimiento, la chabacanería, la irresponsabilidad, la improvisación, el discurso insulso e ineficaz, las simples promesas, el odio, la lucha de clases, la charlatanería y el desprecio por la Constitución y sus instituciones. Se comportó como un presumido reyezuelo que se creyó transformador de la humanidad y que no trascendió ni el patio trasero del palacio en el que habitó.

El último año de gobierno será un infierno, tanto para Petro como para la oposición. No la tendrán fácil, tampoco las instituciones; habrá de todo como en botica. El presidente Petro, posiblemente, destape y ponga en marcha alguna de sus cartas para perpetuarse en el poder (decreto aplazando las elecciones; prolongándose el periodo; convocando una constituyente; o un tres en uno), a lo que la institucionalidad deberá resistir. O, posiblemente, Petro se convertirá, sin pena ni asco, en el jefe de debate del candidato con el que quiera seguir reinando, porque, a pesar de todo lo malo, lo que es claro, a hoy, es que en la calle hay gente endemoniadamente convencida de que Petro no es lo que la mayoría creemos de él. Petro aún conserva un margen importante de popularidad que, en votos, son un buen banderazo para quien se presente como su candidato.

Así las cosas, el país tendrá a un presidente proselitista, metido en una plaza pública y “embalconado” para incendiar a su primera línea. El país tendrá a un mandatario al que se le pasó el tiempo y se le fueron las fuerzas proponiendo locuras y echándole la culpa al establecimiento sobre sus fracasos. Ni Petro ni sus casi 60 mediocres ministros dieron la talla. El país estuvo huérfano de liderazgo constructivo. Petro y sus ministros tan solo lograron autoposicionarse como pobres víctimas incomprendidas.

Año difícil será este del sol a las espaldas, en el que las sorpresas serán pan de cada día y en el que no solo bastará resistir sino trabajar para que alguna candidatura de oposición nos saque de esta pesadilla en que se ha convertido el experimento de millones de ilusos que permitieron con su voto que Petro pudiese despachar desde el solio de Bolívar.

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