La semana pasada, el Consejo de Estado como juez constitucional protegió el derecho a la información de una ciudadana –y de paso el de cincuenta millones de colombianos más– en un fallo de tutela trascendental y sin precedentes en contra de la Presidencia de la República pero, sobre todo, en contra del abuso y los caprichos del presidente Petro, un loco a sueldo que no deja de comportarse como un tirano emperador.
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Dentro de su demencial forma de ser, de decir las cosas, de comportarse, de tratar a los demás, de odiar, de destruir y de mal gobernar, sobresale en su cabeza la idea de que, al haber sido elegido presidente, tiene patente de corzo para hacer todo aquello que se le atraviese por su maltrecho cerebro. Petro cree que, en su caso, el ser presidente lo convierte en un caprichoso emperador que no solo no tiene límites, sino que nadie puede imponérselos; que sus actos no requieren ninguna explicación ni justificación, y que sus deseos están por encima de las instituciones y de la ciudadanía.
Pues la buena noticia para los colombianos es que, a pesar de que Petro no advierta de límites, los poderes establecidos, en este caso el poder judicial, le están haciendo saber que él, “por más Petro que sea y se crea”, está sometido a gobernar en un régimen democrático con un sistema inalterable de pesos y contrapesos, en donde el “régimen” no es solo él, ni lo “democrático” es lo que él aisladamente considere.
El país, atónito y mortificado –también con muchas e interminables carcajadas de por medio–, ha sido testigo televidente de una de las más ultrajantes pruebas de destrucción institucional de nuestra historia. Ello es la transmisión en vivo y en directo de interminables consejos de ministros, en donde el monólogo del emperador –desordenado, deshilvanado, vanidoso y lleno de ignorancia– es la nota característica de una escena dantesca en la que todos los ministros miran con preocupación al presidente, pero que para no ser decapitados, exterminados o perseguidos, asienten con permanentes movimientos verticales de cabeza en señal de estar de acuerdo –como perrito de taxi–, comprendiendo y dispuestos a cumplir todos los disparos y disparates presidenciales.
Petro, por cuenta de su enfermiza y desordenada cabeza con la que desde hace décadas no distingue la ficción de la realidad, sale convencido de que con lo dicho en esos consejos de ministros televisados está ganando la eternidad y el reconocimiento de todos los colombianos. La realidad es que, con ellos, le está demostrando a Colombia entera que su capacidad para gobernar con acierto es inversamente proporcional a su incansable e inteligible verborrea. Muchos de los que votaron por él ya están convencidos de que Petro no tiene arreglo, que su comportamiento es harto preocupante y que, por fortuna, votaron por un perezoso al que le cuesta ejecutar hasta un acto reflejo, y que ya queda poco para que, con mucha pena y sin ninguna gloria, obtenga el glorioso título de inútil con pensión de expresidente.
El Consejo de Estado deja claro que Petro no es el dueño ni del espectro electromagnético, ni de los canales privados de televisión, ni de los canales públicos concesionados, ni del derecho de la información, ni del pluralismo informativo, ni del derecho de elegir, ni del interés general, ni de la verdad, ni de la única versión, ni del Estado de Derecho, ni de la democracia. También le recordaron a Petro –y esto es quizás lo que más le duela– que sus poderes no son absolutos y que su ejercicio del poder no puede ser ni arbitrario ni caprichoso.
En fin, el Consejo de Estado le recordó a Petro que él es tan solo un presidente, y que no puede comportarse como un tirano emperador para someter a todos los colombianos a ver, en perjuicio del pluralismo informativo, un extenso programa de humor –por divertido que fuere– como el atípico consejo de ministros televisado que solo por lo inútil nos hará recordarlo.
Gracias Consejo de Estado por salvaguardar esta democracia.