Al presidente Petro, al Pacto Histórico y a todo aquello que oliera a Petro les ocurrió un tsunami electoral que ni al más optimista opositor al actual gobierno se le pasó por la mente.
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Claramente, muchos habíamos ya advertido que el partido de gobierno y la izquierda radical que representa, sobre la cual cimienta sus débiles acciones y radicales propuestas de cambio, tendrían un reto enorme que no pintaba nada bien para ellos. Ese oscuro panorama que se advertía era gracias al desprestigio por el que atraviesan desde el primer día en que empezó el gobierno de Petro y los pésimos resultados en las encuestas que miden al Gobierno Nacional y a algunos de sus alfiles en ciudades capitales.
En efecto, lo ocurrido con Petro en el gobierno ha sido un verdadero desastre, míresele por donde se le mire. Sus obtusas y radicales posiciones, sus permanentes e insultantes incumplimientos en su agenda, su pésimo y paupérrimo gabinete, los controvertidos nombramientos diplomáticos, su permanente complacencia con el crimen de todo tipo, sus ataques inmisericordes a la clase empresarial, su poco éxito en la agenda parlamentaria, su alucinógena improvisación, sus locuras, mentiras y sofismas, sus líos familiares, los escándalos de copartidarios y familiares más cercanos con la corrupción, el narcotráfico, la guerrilla y el paramilitarismo; y su ilegal financiación de la campaña electoral, por solo citar algunos cuantos cimientos del cambio incumplido, no podían ser objeto de refrendación ni por una minoría del pueblo que ya entendió que Petro es un verdadero petardo.
Alegra mucho que el país haya reflexionado y se haya expresado en forma contundente en las urnas, fundamentalmente, para rechazar esta forma, sí distinta, de gobernar, pero al mismo tiempo caótica. El cambio prometido por el falso mesías es un caos y seguirá siendo eso. Mientras Petro sea quien lidere ese proyecto político solo habrá discursos cargados de odio y falsedades, pero jamás un cambio positivo, el cual habrá de dejarse a otros que entiendan que el mundo no empezó el día en que ellos nacieron y que gobernar es tan solo el arte de continuar lo bueno que otros han hecho y de enmendar lo que otros implementaron con poco éxito.
En la mente de Petro y de todos aquellos que simpatizan con este triste capítulo de nuestra vida republicana eso no es entendible. Todo en ellos tiene que ser a su manera y solo a su manera; nada de otro sirve. La idea de creer que todo es pésimo, que el vaso siempre está vacío o medio vacío, no es la forma adecuada de gobernar. La gente necesita que los gobernantes se levanten a crear, no a destruir; necesitan que sus líderes no digan mentiras; que sus dirigentes siempre piensen en las cosas que pueden mejorarse, pero a la vez que sean implementables; a la gente no le gusta que la calienten sino que le solucionen sus problemas.
Más temprano que tarde, el pueblo y los electores, de todas las corrientes políticas —incluso de la propia—, y de todos los estratos sociales —incluso del propio— terminan por despreciar a los políticos que los tratan como caídos del zarzo, como idiotas, como ilusos. Al final, la verdad solo es una y ella siempre triunfará. Es cuestión de tiempo.
Uno quisiera escribir que estos golpes electorales aplastantes y humillantes para un gobierno deben convertirse en oportunidades para corregir el rumbo, para enmendar, para encausar el fondo y la forma de gobernar, empero, la realidad —ya probada— es que a Petro estas cosas lo embriagan de radicalismo y es ahí cuando todo ya no tiene retorno.
Quedará esperar y resistir lo que falta de este desgobierno de Petro que ya son solo cinco minutos, pero debajo del agua —una semana, diez meses y dos años—, pero todos sabemos que no hay plazo que no se venza.
Disfruten los resultados electorales y esperemos que aquellos que ganaron lo hagan bien, pues muchos de ellos son incluso repitentes que así hayan ganado, y con suficiencia, saben que también tienen muchas cosas por enmendar y que el radicalismo siempre se paga en contra.