Tenía varios temas entre el tintero: el coincidente llamado a la “desobediencia civil” de extremos democráticamente tóxicos —antes Uribe y ahora Petro—; la contradictoria advertencia del ministro de Salud quien, al paso que dice que “lo peor está por venir”, avala jornadas sin IVA y la apertura de todo tipo de sectores; o la nueva caída de Duque en las encuestas, a pesar de su exposición mediática, aburrida y abusiva, mediante un programa de televisión en horario “cuasi prime time”, que al principio de la pandemia fue necesario, pero que ahora no ve ni Juliana, su madre.
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He resistido a la tentación de escribir sobre alguno de ellos. Me acabo de sorprender, positivamente, con algo que me parece estructural y hace parte de las cosas interesantes que, en medio de la muerte y la desolación, esta pandemia podría dejarle como herencia al sueño de alcanzar una sociedad más justa.
Conservo la esperanza de que esta crisis genere un revolcón político, económico y social en el mundo. Espero que nos esté quedando claro que hay desigualdades inauditas que el sistema político y el sistema económico actual no han logrado solventar de maneras éticamente admisibles, y que estos —los sistemas— también han ingresado a unidades de cuidados intensivos.
“No somos nosotros los que cuidamos a los enfermos en las salas de cuidados intensivos. No estamos conduciendo las ambulancias que llevarán a los enfermos a los hospitales. No estamos reabasteciendo los estantes de las tiendas de comestibles ni entregando alimentos puerta a puerta. Pero tenemos dinero, mucho”, empieza la carta de los autodenominados “Millonarios por la Humanidad”, un grupo de 83 millonarios que se ha dirigido a todos los ciudadanos del mundo, pero en especial a los gobiernos, pidiendo, quién lo creyera, modificaciones estructurales que los obliguen a pagar muchísimos más impuestos.
Dicen que “los líderes gubernamentales deben asumir la responsabilidad de recaudar los fondos que necesitamos y gastarlos de manera justa (…) a través de un aumento permanente de impuestos a las personas más ricas del planeta”, pues se hace necesario “reequilibrar nuestro mundo antes de que sea demasiado tarde”.
Entienden también esos millonarios que los nefastos efectos del COVID-19 recaen sobre todos, pero con mayor rigor sobre los más vulnerables. “A diferencia de decenas de millones de personas en todo el mundo, no tenemos que preocuparnos por perder nuestros trabajos, nuestros hogares o nuestra capacidad de mantener a nuestras familias. No estamos luchando en la primera línea de esta emergencia y es mucho menos probable que seamos sus víctimas”, dicen.
Piden a los gobiernos que los millonarios como ellos sean gravados, léase bien, de forma inmediata, estructural y, sobre todo, permanente. Los problemas del mundo no se resuelven con la caridad de los ricos, sino con sus impuestos, algo contundente que ya sabíamos, pero es confortable oírlo no de quienes recaudan, sino de quienes deben pagar esos impuestos.
A muchos de los millonarios se les olvida ser generosos, pero a pocos se les olvida pagar sus impuestos, que obviamente no pueden terminar en los bolsillos de los políticos al acecho de los dineros públicos, razón por la cual cualquier sistema tributario tiene que estar sincronizado, para ser éticamente sostenible en el tiempo, con el hecho de que los países asuman una férrea lucha contra la corrupción como política de Estado, lo que jamás hemos logrado hacer en Colombia.