“Un grande nubarrón se alza en el cielo, ya se aproxima una fuerte tormenta” dice “La creciente”, famosa canción del becerrilero Rafael Orozco Maestre, importante cantante y compositor de música vallenata, asesinado vilmente en Barranquilla en 1992 por cuenta de un lío de faldas y un mafioso herido de celos.
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Esta canción que todos hemos cantado, intentado cantar o al menos tarareado es una radiografía de lo que está ocurriendo y ocurrirá en Colombia por cuenta del desgobierno de Petro, quien no llega en las encuestas ni al 30 % de favorabilidad desde hace ya bastante tiempo y sin que la piedad se haya apoderado de los colombianos al calificar la desastrosa gestión del hablador de carreta que no ha logrado dejar de ser quien es hoy el presidente de los colombianos.
Es muy extraño que un presidente a menos de completarse un año y medio de su período logre tener a tanta gente descontenta. También es inédito que un presidente haya sido capaz de generar tanta incertidumbre hasta el punto de que una recesión económica de grandes proporciones está a punto de reventar y arrasar con lo poco que aún permanece con indicadores favorables. Petro se ha dedicado a generar desvalor en todas las actividades principales de la economía y esa factura la deberemos pagar todos los colombianos muy pronto, tanto los que votaron por él como los que votamos en contra de él.
Todo el mundo se lo ha dicho a Petro, pero él no hace caso. Petro solo oye al cardumen de nuevos burócratas que lo aplauden como focas, sin saber por qué o sabiendo que mientras aplauden gozarán de la mermelada del poder. Como todo soberano mesiánico, soberbio e ignorante, Petro solo se escucha a sí mismo y a sus áulicos, a sus locuras, a sus delirios y a sus alucinaciones normales o inducidas.
Todos o casi todos los indicadores económicos que mueven el grueso de la economía colombiana son adversos. También es adverso el clima que se ha generado en el manejo político, por cuenta de una unidad nacional que duró tan solo un suspiro. La agenda legislativa y los proyectos que el Ejecutivo tiene preparados para el futuro de Colombia son, como mínimo, un despropósito. Así, nada bueno podrá lograrse, nada bueno podrá alcanzarse y el nuevo año será tal vez el más complejo de todos, en donde veremos más de lo mismo, pero también los efectos derivados de un gobierno insensato que a pasos agigantados nos acerca al abismo.
En medio de estas fiestas decembrinas y de año nuevo, el panorama no parece ser halagüeño y lo que viene es peligroso, porque cada día que pasa en el gobierno es un día más de insatisfacción y uno menos de gobernabilidad para enderezar el rumbo. El gobierno de Petro hasta aquí fue y el gran reto es resistir como país y no caer en la tentación de optar por formas de gobierno esquizofrénicas, aturdidoras, ridículas y absurdas —de extrema derecha o de extrema izquierda—, pues lo único bueno que dejará Petro es que les habrá hecho entender a los electores que, al igual que él, ningún otro con sus características sirve para el propósito de construir una sociedad próspera que mejore los niveles de bienestar general que requiere toda la población colombiana.
Tenemos un nubarrón encima y se avecina una fuerte tormenta. No queda sino trabajar para evitarlo y si ello resultase ineludible, no queda más que resistir y no desfallecer en encontrar liderazgos que recuperan la dignidad y el orgullo de trabajar por este país para recuperar el norte y hacer cesar la creciente incertidumbre.
Los mandatarios locales (gobernadores y alcaldes) que se posesionan el 1.° de enero tienen un rol protagónico para recuperar la gobernabilidad, la esperanza y la tranquilidad de los colombianos. Ojalá no nos decepcionen.