El asesinato de Miguel Uribe Turbay ordenado por una estructura criminal sofisticada y poderosa cuya identidad ya empieza a revelarse por cuenta de las varias capturas, declaraciones, confesiones y colaboraciones de sus autores materiales, ha mostrado lo mejor y lo peor de esta sociedad, tan perturbada como confundida por cuenta de la difícil e ilegible situación por la que atraviesa Colombia y el odio, el desgobierno y el demencial ejercicio del poder por cuenta de quien hoy despacha desde el solio de Bolívar.
La atrocidad de lesa humanidad cometida contra el senador y precandidato presidencial del Centro Democrático Miguel Uribe Turbay tuvo como respuesta mayoritaria la solidaridad y el afecto de millones de colombianos a él, a su memoria, a sus familiares y amigos, no solo como era previsible sino como era obvio que ocurriera. Miguel era un líder preparado, íntegro, alegre, joven, con trayectoria, con carácter y con determinación que venía haciendo cosas importantes dentro de su colectividad y haciendo méritos para coger las riendas. Miguel nunca tuvo escándalos, nunca tuvo un desliz. Se decía que estaba muy joven para tan altas dignidades, pero la juventud es el único defecto que con el paso de los años desaparece.
Miguel hubiese sido seguro ganador de la consulta interna de su partido el Centro Democrático, por encima de Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Paola Holguín y Andrés Guerra. No obstante, creo que en esta oportunidad (2026) no hubiese sido presidente, pero sí hubiese ganado un Potosí para el futuro, y para sus anhelos de algún día ser presidente de Colombia, más que por delfín, por méritos propios.
Ocurrida la tragedia, esta semana parece ser definitoria para lo que sería la entrega del legado de Miguel al interior del Centro Democrático, como se dedujo del discurso de su padre en la Catedral Primada en la plaza de Bolívar. El expresidente Uribe, amo y dueño de esa colectividad, ha pedido una reunión de todos sus precandidatos con Miguel Uribe Londoño, padre del asesinado líder, para propiciar, o bien la inscripción de un heredero político como precandidato, o bien la adhesión a uno de los que hoy están en listos en el partido.
Ojalá la familia de Miguel, cuya vocería pareciera que llevará su padre, se jueguen bien las cartas para entregar el legado. Ojalá los guíe la cabeza y el corazón y hagan lo correcto; ojalá no los guíe la encerrona que en ocasiones propicia la falta de tiempo y el aturdimiento por lo ocurrido. Tienen derecho a hablar duro, poner condiciones y a exigir, pues su cuota de histórico sacrificio está por encima de todos los demás.
La memoria de Miguel exige no mostrar cualquier carta. Debe la familia jugarse las cartas correctas, ahora o más adelante, pero las correctas. No de otra manera, podrán tener la certeza de haber honrado a Miguel, sin duda un mártir de esta democracia, cuya memoria merece estar ahí en el momento de las grandes decisiones a lo largo de esta campaña presidencial, tanto en lo partidista del Centro Democrático como en todo lo interpartidista que habrá de resolverse en un mañana. El momento de Colombia así lo exige; el futuro mucho más.
Esperemos a ver qué resulta de la reunión y de los días venideros con el legado de Miguel. Ojalá que nadie se embriague de poder, ni de insensatez ni de torpezas; sería un pecado imperdonable. Bien pueden sustraerse de dejarse ver hoy las cartas y reservárselas para más adelante. No veo quién en el Centro Democrático merezca hoy recibir ese legado; quizás es mejor no entregarlo en este momento. No resolver, en algunas ocasiones, es resolver.