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Las contradicciones de Martuchis

Pablo Felipe Robledo

12 de enero de 2022 - 12:30 a. m.

En el Gobierno Duque, la vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, quien no se pierde ni el trasteo de un avispero, se ha convertido en una caricatura por cuenta de sus imprudencias, comentarios, eternos discursos, superficiales ideas, insensatos trinos y, claro está, por relacionarse con personas al margen de la ley, quienes, al fin y al cabo, por fantasmas que sean, han terminado desenmascaradas.

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En los últimos días me ha causado bastante curiosidad, por decir lo menos, lo expresado por la vicepresidenta. En efecto, Ramírez, quien siempre ha querido ser protagonista de la lucha contra la corrupción, pero nunca la dejan y con razón, terminó afirmando, en una entrevista con El Tiempo —diario de Sarmiento Angulo—, que “nos cansamos de que un puñado de avivatos están llenándose los bolsillos con los dineros de todos”, con lo que pretendió llenarse de aplausos.

Habló de la soga en la casa del ahorcado, pues Sarmiento Angulo es uno de los más poderosos y conocidos avivatos del mundo empresarial de este país, famoso por sus formas de hacer dinero, entre ellas la relacionada con que, a través de sus empresas, Corficolombiana y Episol, se sobornara a un viceministro del gobierno de Uribe con el fin de que este les adjudicara la Ruta del Sol 2 en 2010 a ellas y a su socio extranjero Odebrecht.

Pero hasta ahí no hay problema, diría uno, porque el asunto no es ese. La vicepresidenta y su socia de andares público-privados, la ministra de Transporte, Ángela María Orozco, pretendieron, en una ilegal conciliación, regalarle $1,5 billones al grupo Sarmiento y a Odebrecht para que pagaran con recursos de todos los colombianos (del erario) sus deudas ante los bancos derivadas de la ejecución de un contrato ganado a punta de sobornos, desfalco que a la postre frustramos por el escándalo que armamos junto con María Jimena Duzán. En ese orden de ideas, no entiendo el cinismo de Ramírez al decir que hace parte del club de los colombianos cansados “de que un puñado de avivatos están llenándose los bolsillos con los dineros de todos”, cuando es ella, precisamente, la que ha patrocinado esas cosas.

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En otro episodio, Marta Lucía Ramírez trinó: “Su llamada es muy importante, por favor, espere… así de fácil es solucionar… El call center de @Avianca es una máquina sin respuesta”, con lo que pretendió también recibir aplausos de la galería. Tardíamente intentó sumarse a las voces de millones de colombianos que ven desde hace rato cómo la nueva y desastrosa Avianca pisotea a millones de clientes (consumidores).

Sin embargo, la vicepresidenta olvida varios detalles en los que participó directamente junto con la nefasta ministra Orozco. El primero: en el Plan Nacional de Desarrollo de este Gobierno le quitaron las funciones a la Superintendencia de Industria y Comercio de investigar y sancionar administrativamente a las aerolíneas por infracciones a los derechos de los consumidores, funciones que pasaron a la Superintendencia de Transporte, haciéndoles un favor a las aerolíneas. Y el segundo: en plena crisis, ellas pretendieron, con plata del erario, darle en préstamo US$370 millones a la quebrada Avianca, lo cual también evitamos los colombianos que nos opusimos a tal exabrupto.

De otro lado, Ramírez ve la paja en ojo ajeno pero no la viga en el propio, con un servicio que no funciona y ha sido más que caótico —peor que en Avianca, por increíble que parezca—, un trámite que otrora funcionaba divinamente bien hasta que Duque tuvo la pésima idea de nombrarla canciller. Me refiero a la expedición de pasaportes, lo cual ha generado la indignación de miles de colombianos atrapados en su propio país por cuenta de que también en la Cancillería “su llamada es muy importante; por favor, espere…”, parafraseando el trino que la vicepresidenta le escribió a Avianca.

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Así pues, Marta Lucía Ramírez ya no solo habla mucho y de todo, sino que es un mar de contradicciones, donde solo cuenta lo que le conviene.

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