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La vida política de Íngrid Betancourt se ha convertido en un dolor de cabeza para ella y para el país, que tiene que sufrir por sus repentinas y aparatosas apariciones. Como cualquier borracho, ella siempre llega tarde y haciendo ruido.
En la década de los noventa, Íngrid Betancourt logró conquistar el corazón de algunos electores por su oposición al gobierno de Samper, aunque después se supo que la misma tenía como causa la negativa del presidente de darle una embajada a su padre, lo cual le hirió enormemente su ego. Íngrid desató su ira y se encarnizó en una feroz oposición.
Esa oposición a Samper la hizo famosa y, encabezando una lista al Senado, su movimiento logró dos curules. Salieron elegidas Íngrid Betancourt y Margarita Londoño Vélez, una extraordinaria y pulcra líder cívica del Valle. Pronto, cuando la conocieron ya en el ejercicio del poder parlamentario, Londoño peleó con Íngrid y dejó su curul de senadora. La curul fue asumida por Carlos Arturo Ángel, un pereirano lleno trayectoria, credenciales e inteligencia, que venía de ser presidente de la Andi. No obstante, Íngrid le había pedido infructuosamente a Ángel que rechazara la curul, pues en los planes de Íngrid estaba darle a dedo la curul a otro en la lista más afín a ella, un personaje menor y “cargamaletas” de apellido Chaves. Londoño y Ángel -que en paz descansen- nunca más volvieron a cruzar ni saludo ni mirada con Íngrid.
Después, Íngrid, en un acto de delirio de grandeza, creyó poder ser presidenta y, en plena campaña, decidió contra todas las recomendaciones de la lógica, del gobierno y de los militares, meterse a la brava a la zona del despeje en el Caguán, en donde terminó encontrando un secuestro a manos de la guerrilla, acto este miserable de las Farc y torpe e irresponsable de Íngrid.
Íngrid, en otro error garrafal tuvo la “genial” idea de demandar al Estado para que con la plata de todos los colombianos se le pagara una millonaria indemnización por los perjuicios que el secuestro le había causado. Es decir, que pagáramos todos su maldita irresponsabilidad. Duró más un pan en la puerta del horno que la demanda, pues le tocó retirarla ante la airada reacción de la opinión pública, que se sintió indignada con la pretensión de Íngrid.
De ahí en adelante, Íngrid ha tenido dos apariciones. Cae del cielo o sube del infierno, no sé, pero lo hace cada cuatro años con gran oportunismo. En las pasadas elecciones presidenciales, apareció para unirse a la campaña presidencial de Petro.
Y ahora vuelve Íngrid, en el momento más importante de Colombia, en el que este país se está jugando el futuro ante el peligro que significa Gustavo Petro -un potencial dictador cercano a todos los que recientemente han acabado con la democracia en América Latina- y desembarca en la Coalición de la Esperanza, que busca derrotar a Petro. La coalición cae en la trampa. La reciben con los brazos abiertos para que sea portadora de la unión entre los de la Esperanza y ella les retribuye con la deslealtad de lanzarse a la presidencia, pero, sobre todo, con bajos ataques a los candidatos, acusándoles de usar maquinarias y amenazándoles con un ultimátum. Por fortuna, la coalición reacciona y la hacen a un lado. No le paran más bolas a esa loca, dirían en mi tierra.
Pero para autodestruirse o, si se quiere, para “autosuicidarse” como diría Maduro, Íngrid le da una entrevista a un noticiero en la que deja ver que no tiene ni la más mínima idea de en dónde está parada, ni qué es lo que ocurre en Colombia. Íngrid no sabe la edad de jubilación en Colombia y no tiene ni idea qué es la ley de garantías electorales. Pero lo más grave es que no sabe si Zuluaga, Char o Barguil tienen maquinarias políticas. Todo esto pasó en un minuto de entrevista, lo cual ha generado todo tipo de reacciones en su contra. Y pensar que, por el tema de las maquinarias, peleó con la Coalición de la Esperanza.
Definitivamente se hace necesario cambiar la histórica expresión “más perdido que el hijo de Lindbergh”, quien también sufrió un secuestro, aunque fue asesinado, por el de “más perdida que Íngrid”.
