El discurso de Petro en la asamblea de la ANDI “superó mis expectativas”. La intervención, que yo esperaba fuera mala y confusa, resultó perversa e inentendible. Me hizo recordar los discursos de Cantinflas, pero eso sería demasiado peyorativo, claro, con Cantinflas.
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Y no estoy exagerando. Oí la exposición y llegué a la idea de que Petro no había dicho nada. Posteriormente, la leí varias veces y llegué a la certeza absoluta de que estuvo más enredada que un costalado de anzuelos. Unió cosas que nada tenían que ver, hiló un tema con otro en ejercicios ausentes de cordura y sindéresis. Todo el tiempo se vio como un ignorante al que le importa cinco centavos que un auditorio calificado le descubra tal condición.
Petro abusa de su “talento” sofista. Dice tantas mentiras que ya ni las suaviza dándoles ropaje de verdad, como lo hacía antes. Son mentiras puras y simples, como las de cualquier charlatán que las enuncia de corrido y sin apenarse.
Habló de la necesidad de industrializar y, como prueba de que Colombia lo requiere, mostró su mayor carta al decir que la palabra “industria” no aparecía ni siquiera en la institucionalidad. Aunque en realidad ello no es argumento serio, lo dicho es además falso y eso lo sabe cualquier colombiano, claro, salvo Petro. Sí existe un Ministerio de Comercio, Industria y Turismo, y sí existe una Superintendencia de Industria y Comercio que, junto con otras entidades, trabajan para apoyar la política industrial nacional.
Además, dijo Petro que, como no había una institución que tuviera la palabra “industria” en su letrero, en Colombia no había una política de industrialización, lo cual es otra grosera mentira. La política industrial nacional sí existe y se sustenta en seis ejes estratégicos transversales: entorno competitivo, productividad, financiación, innovación, formalización y emprendimiento e inversión, y un eje estratégico vertical denominado nuevas fuentes de crecimiento, que es de público conocimiento y consulta. Una cosa es que a Petro tampoco le guste la política industrial nacional y otra es que no exista. Sin embargo, para él no hay Ministerio de Industria, ni política industrial, ni industria; no hay nada de nada.
En su discurso también dejó ver su animadversión por la economía de mercado al punto de decir, sin sonrojarse, que no existía evidencia alguna de que ella generara bienestar a la sociedad y que, por el contrario, era la causa, óigase bien, de la destrucción del mundo, del coronavirus, de la guerra entre Rusia y Ucrania, y de la incapacidad de Europa para generar energías limpias, entre otras fatalidades. Tantas estupideces juntas y en serie son incontrovertibles, diría Petro, y por eso las lanza así, una tras otra, frente a la mirada atónita del público que lo escucha. Antes de ser presidente, escucharlo hablar de asuntos como el desarrollo industrial y empresarial daba hasta risa; ahora que sí lo es, da mucho susto.
Petro hizo alusión a una reforma agraria, una reforma tributaria, mayor intervención del Estado en la economía, transición energética, problemas climáticos, empleo, distribución de la riqueza, pero sin profundizar en ninguno. Simplemente habló y habló, y, claro, mencionó a Corea del Sur como referente de industrialización, pero no explicó cómo lo ha venido logrando ni tampoco cómo podría hacerlo Colombia para parecerse a aquella nación.
En fin, los invito a leer el discurso de Petro en la ANDI. Saquen sus conclusiones. La mía es que el sucesor de Cantinflas fue elegido presidente y que este mar de incoherencias y cosas absurdas apenas comienza, como pudieron advertirlo los centenares de empresarios en la desastrosa e improvisada intervención de Petro, en un escenario al que debió llevar mensajes de tranquilidad y no sofismas que denotan su falta de conocimiento y la ausencia de un norte hacia puerto seguro.
Por eso estoy en la oposición y seguiré en ella.