Desde hace tiempo la política está en crisis. Y no solo la política sino la democracia, a riesgo de que suene a herejía.
El voto en democracia -en presidenciales- conduce a la elección mayoritaria de un gobernante, y eso, en teoría, genera autosatisfacción del sistema, paz social y tranquilidad política. Sin embargo, hay que ser conscientes de que la democracia no necesariamente conlleva a la elección de alguien bueno, y mucho menos a la elección del mejor. Muchas veces, incluso, conduce a la elección del peor. Increíble, pero cierto.
¿Cómo puede entonces tener crédito un sistema que conduce a la elección del peor o en algunos eventos a una disputa entre dos pésimas opciones? Para entender el sistema -no necesariamente para defenderlo-, bastaría, para contentarse, con saber que la democracia no busca la elección del mejor; solo busca la elección mayoritaria de alguien. Punto final. Hay que recordar que, como decía Churchill, “la democracia es el peor sistema de gobierno, a excepción de todos los demás que se han inventado”.
Miremos lo ocurrido en las últimas elecciones en Colombia. Las presidenciales de 2018 fueron una muestra de que esta maltrecha e imperfecta democracia nos llevó a tener que elegir entre un mal y un pésimo candidato. Me refiero a la disyuntiva electoral en la que nos encontrábamos al tener que escoger entre un inexperto y aprendiz derechista como Duque y un perverso izquierdista como Petro. Eso, no lo merecíamos los colombianos y mucho menos, después de haber logrado consolidar un gobierno que, como el de Santos se afianzó en el centro alejándose de los extremos. La mayoría de los colombianos, sometidos a esta disyuntiva, escogieron al mal candidato por encima del pésimo. Yo voté en blanco. Al cabo del tiempo, Duque demostró que, si en algo la democracia sí es perfecta y no miente, es en que cuando se elige a un mal candidato como presidente, el gobierno es consecuentemente malo. Duque fue un verdadero paquetazo.
Y como bajo la Ley de Murphy cuando algo puede salir mal sale mal, la democracia colombiana nos llevó a tener en el 2022 un escenario aún más complejo. Tuvimos que escoger entre un mal candidato como Rodolfo Hernández y un pésimo candidato como Petro. Algo así como escoger entre un tiro en el pie o un tiro en la cabeza. Yo escogí el del tiro en el pie, pero ganó Petro, el del tiro en la cabeza, y la democracia nos está volviendo a demostrar que, si bien es bastante imperfecta, ello no se equivoca cuando lo que los ciudadanos escogen es una pésima opción. Hoy, bajo la batuta de Petro, el país se enfrenta a un desgobierno sin precedentes y a una parranda de locos que no deberían estar despachando desde el Palacio de Nariño sino tratados en el Manicomio de Sibaté.
En Brasil la cosa no ha sido muy diferente. Años atrás habían elegido a Lula, un líder de izquierda que terminó involucrado, hasta el cuello, en varios escándalos de corrupción. Y, hace unos años, también se habían equivocado eligiendo a Bolsonaro, un líder de extrema derecha más loco que una cabra. El domingo, cuando en sana lógica Brasil debería estar pensando en líderes diferentes, su maltrecha y esquizofrénica democracia los llevó a terminar escogiendo en segunda vuelta entre el tenebroso Bolsonaro y el corrupto Lula, en una elección de infarto que se mantuvo en voto finish favoreciendo finalmente a Lula.
En suma, en la democracia dejó de primar la preparación, la seriedad, la honestidad y la ponderación. Ese sistema que algún día creíamos era bueno, se ha convertido en el escenario en el que, por regla general, ganan inexpertos, improvisadores, corruptos, payasos, mentirosos y locos.
Para la muestra dos botones: Colombia y Brasil.