Al gobierno de Gustavo Petro no solo se le está acabando el tiempo de su mandato, sino que se le acabó, por completo, creo yo, el resto de oxígeno que le quedaba para medio sobrevivir. Así de lapidario es el tema.
En las últimas semanas, y como resultado de sus constantes desaciertos, el presidente de la República ha caído en un desprestigio absoluto. No solo por su torpe manejo de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, que ya no es exclusivo de los domingos, sino también por los improvisados y cantinflescos —con el pesar que me da por Mario Moreno— consejos de ministros televisados de los lunes y martes. A esto se suman...
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