Al gobierno de Gustavo Petro no solo se le está acabando el tiempo de su mandato, sino que se le acabó, por completo, creo yo, el resto de oxígeno que le quedaba para medio sobrevivir. Así de lapidario es el tema.
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En las últimas semanas, y como resultado de sus constantes desaciertos, el presidente de la República ha caído en un desprestigio absoluto. No solo por su torpe manejo de las relaciones diplomáticas con Estados Unidos, que ya no es exclusivo de los domingos, sino también por los improvisados y cantinflescos —con el pesar que me da por Mario Moreno— consejos de ministros televisados de los lunes y martes. A esto se suman los recurrentes escándalos de corrupción, tanto en la financiación de la campaña presidencial de 2022 como en un sinfín de entidades públicas, que se han vuelto el pan de cada día. Sin embargo, el ridículo no parece causarle ni la más leve sonrojada. De esto, la verdad, no conocíamos nada ni mediamente parecido.
El gobierno de Petro hace aguas y saltan del barco muchos de sus incondicionales, dejando, y con razón, solo al presidente o, peor aún, en manos de Armando Benedetti, el jefe del despacho y jefe del propio Petro, así no lo crean. Un país en donde el presidente guía sus actos coludido con Benedetti confirma el viejo dicho parafraseado: “el diablo los cría y ellos se juntan”. Petro tiene todos los defectos que un ser humano pudiese tener en un mismo ser y Benedetti también. En ese sentido y en otros muchos no sabe uno cuál es peor: “se van a penaltis”.
Por más cambios que Petro haga en su gabinete, que entre otras cosas, en solo dos años y medio ya rompe los records respecto del número de nombramientos de ministros hechos en todos los gobiernos de cuatro años, incluso los de ocho años, nada logrará para recomponer el rumbo, porque el asunto no es coyuntural sino estructural: Petro, lisa y llanamente, no sabe gobernar, eso le queda grande, es un pésimo gobernante.
La maniobrabilidad de Petro se acabó. Y ello se debe a que su imagen ya no infunde nada bueno, ni positivo, ni constructivo, ni mucho menos algo de admirar. Para la inmensa mayoría del pueblo colombiano Petro es un fiasco, un charlatán, un improvisador. El consejo de ministros fue la muerte para él y para su forma de gobernar, pues desnudó lo que todos intuíamos pero que, sin duda, sorprendió, incluso a los más petristas o complacientes del actual régimen. Nadie sensato salió a reivindicar el éxito de ese nefasto consejo de ministros televisado, que fue de todo menos un consejo de ministros.
Este experimento, por llamarlo de alguna manera, de la extrema y recalcitrante izquierda en el poder salió mal, muy mal. Era previsible pues, como lo he dicho en varias oportunidades, se equivocaron de líder. No todo aquel que es capaz de engañar en unas elecciones a la gente es capaz de gobernar. Son dos cosas diferentes. Petro como candidato era un desastre con capacidad de mimetizarse, pero como gobernante es el mismo desastre sino que al desnudo. Así de simple.
En fin, Colombia debe prepararse para resistir estas 76 semanas que faltan, incluyendo sus domingos de resaca y entender que lo que resta es trámite. Lástima, porque en el servicio público lo único que no se tiene es tiempo. Se dice, y con razón, que en el sector privado cada día que pasa es un día más, pero en el sector público cada día es uno menos. Petro pasará a la historia como un presidente inepto que no fue capaz de entregar un país en mejores condiciones de lo que lo recibió, y eso es fácil, salvo para un pirómano como él, que ya tiene más cara de expresidente ante el hecho irrefutable de que se trata de un presidente agónico.