El próximo domingo, los colombianos tendremos una nueva cita con la democracia. Esta vez, el objetivo es elegir mandatarios y miembros de corporaciones públicas locales (gobernadores, alcaldes, diputados, concejales y ediles). La verdad, todo un reto. Muchas cosas por pensar como electores y otras tantas por resolver.
Salvo contadas excepciones, todo lo demás o, al menos, casi todo lo demás da náuseas, ganas de vomitar. Políticos faranduleros, “showseros”, impreparados, corruptos; aliados del paramilitarismo, la guerrilla, el narcotráfico, las bandas criminales o todas las anteriores; recién aparecidos, inexpertos o herederos políticos de alguien con pasado criminal, entre otras, son el pan de cada día en las más de mil jurisdicciones electorales en que se juega la vida esta maltrecha democracia el próximo domingo.
Con quien uno habla o diserta sobre la problemática local tiene una visión apocalíptica de aquello a lo que ha quedado reducida esta política electoral, en la que ser presidente, gobernador, alcalde, senador, representante a la Cámara, diputado, concejal o edil ha quedado reducido, prácticamente, casi que a unos delincuentes disfrazados de voceros de un pueblo que, atónito, se percibe mancillado por las ejecutorias de sus elegidos, su deshonestidad, su impreparación y su charlatanería.
En este triste contexto se vota y se elige. Muy pocos ciudadanos van a las urnas en estas elecciones locales, por ejemplo, para gobernador o alcalde, creyendo estar votando por una magnífica opción, por un gran ciudadano, por un prohombre. Por lo general, los electores acuden a las urnas sabiendo que están votando por una de las varias muy malas opciones que hay o que, en el mejor de los eventos, están votando por el menos malo de dos candidatos con opción de ganar. Aquí se aplica el pragmatismo, el lema que enseña que “entre dos males, el menor”.
Tenemos una democracia en crisis en la que no se respetan las reglas. Candidatos que inhabilitados compiten, reciben dineros calientes, parcelan a sus financiadores la administración local, se vuelan los topes electorales, se financian con contratistas a cambio de futuras obras públicas, compran votos o que, en el mejor de los escenarios, prometen, prometen y prometen lo que saben que jamás podrán cumplir.
Se hace necesario que cada colombiano este domingo ejerza el voto. Aun en este desconcertante panorama que aquí he pintado descarnadamente, pero que estoy seguro tan solo refleja una parte de la podredumbre política que nos carcome. Aquí la realidad siempre superará la ficción.
Aconsejo a cada colombiano votar como su cerebro y su corazón se lo indiquen, que lo hagan por la mejor opción, por el que sea mejor que el otro, por el que les dé mayor confianza (o menor desconfianza) y no por el que más esperanza venda. El alto costo de la democracia es tener que votar por lo que hay y, al final, para no amargarnos hay que entender que lo mejor es lo que hay; lo demás es utopismo y fantasía.
Quería hacer una extensa lista de recomendaciones a los votantes de algunas ciudades del país, pero no me atrevo, pues convencido solo estoy en Bogotá, en donde voto. Me siento afortunado por votar el domingo a sabiendas de que creo estar votando bien; en casi todas las otras ciudades capitales iría a votar, y claro que votaría, pero con demasiado miedo, con mucha incertidumbre y hasta con bastante resignación por votar por el menos malo.
Pero bueno, ¡viva la democracia! Eso es lo que aún tenemos y debemos defenderla acudiendo masivamente a las urnas. Quienes vivimos la política desde afuera también tenemos cierta dosis de responsabilidad, pues hemos dejado la política electoral en manos de otros.