Resulta imposible salirse del gravísimo problema de Venezuela. Incluso, sería un gran error dejar de hablar del tema para quienes creemos que se hace vital e ineludible que la comunidad internacional, unánimemente, o al menos en su gran mayoría, reconozca lo elemental y obvio, que no es nada distinto a que Nicolás Maduro perdió estruendosamente las elecciones y que el presidente electo por el pueblo venezolano el domingo 28 de julio no es otro que Edmundo González Urrutia.
A Maduro le está saliendo mal su estrategia de ganar tiempo y aguantar el día a día en el poder amenazando a diestra y siniestra, y peleando con todo tipo de personajes del mundo, incluyendo diablos, brujos y fantasmas quienes, según Maduro, trabajan mancomunadamente en una conspiración global para derrocarlo. La comunidad internacional cada vez más se da cuenta del vulgar robo electoral, que no solo lo sustentan el análisis de las actas electorales, sino que lo explica el comportamiento mismo de la dictadura de Maduro, antes, durante y después de las elecciones presidenciales.
Oír a Maduro es una novela, una fábula, un disparate tras disparate. No resulta fácil entender cómo un personaje tan básico, tan inculto, tan iletrado, tan estúpido y tan etc. pueda haber logrado ser presidente de uno de los países históricamente más importantes en el concierto latinoamericano e incluso mundial, por cuenta de sus enormes reservas petroleras. Obviamente, la explicación va más atrás, pues Chávez tampoco era nada distinto a lo que acabo de indicar de Maduro, lo que hace esta historia venezolana aún más dramática.
Maduro se comporta como lo que es: un verdadero criminal, a quien ni le da pena decir lo que dice, ni cómo lo dice, ni por qué lo dice. Ni se sonroja. Ese es el síndrome del dictador, del todopoderoso, del mesías, del redentor y también del bandido profesional, quien no puede dejar el poder porque subido en el tigre no puede bajarse, salvo que quiera que se lo coman. Maduro carga en sus hombres tantos delitos y de tan variada estirpe, que le es imposible hacer algo diferente a quedarse contra viento y marea en el poder y a sangre y fuego si es necesario. Eso es lo que la comunidad internacional debe advertir del caso venezolano, que es, en esencia, lo que lo hace similar a algunos otros casos en donde el derrocamiento ha sido la única solución y tan diferente a otros en donde las salidas políticas y los acuerdos han sido el factor determinante para superar la crisis.
Convencerse de tratar el asunto de Venezuela sin el pragmatismo que implica saber que el dictador Maduro no tiene otro camino que atarse a la silla presidencial es la forma de entender que la salida no es otra que sacar a las malas del poder a Maduro y sus amigos. Cuando se escoge, como ya lo anticipó Maduro, gobernar incluso a las malas, no hay otra opción que sacarlo a las malas.
El pueblo venezolano está pagando caro el haber permitido que Chávez fuese presidente de Venezuela y que su sucesor, Maduro, también lo haya logrado. No puede olvidarse que millones de personas que hoy protestan en las calles fueron otrora rabiosos chavistas. Algo de eso ha habido acá en Colombia con Petro y por eso lo de Venezuela es oportuno para nuestra reflexión interna pues, al final, no hay almuerzo gratis. Venezuela reacciona tarde, muy tarde, pero al final reacciona y eso es lo que cuenta hoy, pues cada día trae su afán y el de hoy es derrocar a Maduro, pues a punta de votos no fue. ¿Cómo? ¿Cuándo? ¿Quién? Estas preguntas las resolverán la comunidad internacional y los millones de venezolanos que trabajan en ese propósito.
No caeré en el error de decir que los dictadores de izquierda son así, pues los de derecha también. Hay una cosa elemental que hay que entender: antes de derecha o de izquierda, son dictadores. El tema no es ideológico, es de principios, pues político que no respeta la democracia no puede servirse de ella para gobernar, sea quien sea.
P. D. Lo de Petro con Venezuela, como siempre, impecablemente mal manejado.