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Más allá de las discusiones en torno a la forma técnica o antitécnica en que el gobierno de los Estados Unidos adoptó las recientes decisiones arancelarias con el “resto del mundo”, lo cierto es que, sin perjuicio del derecho que tiene el presidente Trump de cambiar sus políticas económicas, es evidente que a los Estados Unidos el mundo lo trata de forma, en algunos casos, bastante desigual, y esa es una razón de peso, no para respaldar estas decisiones, pero sí para entenderlas.
Estados Unidos ha permitido que muchos países lo traten bajo la ley del embudo: lo amplio para ellos y lo angosto para Estados Unidos. Difícil entablar relaciones con tan marcada asimetría. Mientras de un lado ingresan los productos con cero arancel o con muy bajos -que es harto similar-, por el otro ingresan con aranceles o barreras inadmisibles.
Por esa razón, la respuesta de los países no puede tener la misma carga de visceralidad de quien impone unas nuevas reglas, pues comprender al otro es siempre la base del entendimiento. Las negociaciones venideras, que seguramente serán uno a uno, diferenciales y al menudeo, traerán soluciones.
Salta a la vista que las primeras reacciones del presidente Petro fueron brutas, abruptas y perjudiciales a los intereses nacionales. No entender y contestar como un energúmeno y con añoranzas que solo destruyen valor como romper el TLC o imponer nosotros más o nuevos aranceles será siempre un error diplomático comercial. Hacerlo nos aproxima más al equívoco que al acierto, solo los intereses nacionales deben marcar el norte.
Los lugares comunes o las frases de cajón como solución no son las llamadas a solucionar las dificultades. Eso solo disipa el panorama. Lo concreto, lo real y la posible, sí lo es. Tampoco es la solución meterse a resolver lo de otros cuando la pelea no es con uno, y por eso lo que se requiere es actuar rápido, sin mucho discurso y sin “calentar la plaza” con estupideces como las relacionadas con las insensateces de Petro sobre el Tren de Aragua, una colmena de bandidos que no se soluciona con el amor y la comprensión, ni con la revelación de una amistad presidencial que solo genera vergüenza y una justa indignación al gobierno de Trump.
Tampoco la solución es enterrar la cabeza en una operación avestruz, pues ellas -las avestruces- técnicamente tampoco lo hacen, así la creencia popular nos indique que sí. Ni estúpidas que fueran. Lo digo porque el gobierno dice que la solución es mirar para otro lado y salir a buscar otros mercados. Seguramente su condición de “refundacionistas” los lleva a creer que los empresarios, individual o gremialmente considerados, jamás habían pensado en ello o tomado la mano de gobiernos anteriores para trabajar incansablemente en lograrlo, o lo que es peor, que crean que jamás el intentarlo hubiese dado frutos.
Obviamente las relaciones comerciales de Colombia con el mundo han cambiado considerablemente en las últimas décadas. Nuestros buenos empresarios viven en una permanente sensación de crisis que los lleva, en el día a día, a buscar nuevos horizontes para vender nuestros productos en el comercio internacional y conquistar nuevos mercados o explotar mejor los que se nos han abierto maleta en mano o con nuevos tratados que, vía la mejora de posiciones arancelarias, hoy son realidad en beneficio de todos los colombianos.
Surge es la necesidad de sentarse con el gobierno de Trump, entender y buscar una negociación que como país no solo nos cause el menor daño, sino que nos permita, incluso, sacar ventaja comparativa con los países que sí están metidos en un gran aprieto. En esto del comercio internacional hay un permanente juego de póker y cada dificultad también trae oportunidades.
Lástima que esto toque enfrentarlo de la mano de un gobierno que no es malo, sino perverso y sobre todo mal liderado, pues a Petro esto solo le interesa para contestar feo y decir tonterías. Controlar a Petro sí es nuestro gran problema.
