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El océano de los políticos

Pablo Leyva

20 de julio de 2025 - 12:05 a. m.

En la novela Beyond the Sea de Paul Lynch (Nueva York, 2020), Bolívar, un pescador suramericano perdido en el fétido vertedero de basura del océano Pacífico, sobre la naturaleza y la condición humana, repite: “Es lo que es”.

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En junio se celebró en Niza la tercera Conferencia de las Naciones Unidas sobre los Océanos, organizada por Francia y Costa Rica. Asistieron 115 países y 60 jefes de Estado; lamentable la ausencia de Estados Unidos. Francia ocupó su lugar en el mundo, como propuso Charles de Gaulle en el verano de 1945. El país anfitrión cumplió su compromiso por la acogida, liderazgo y logros de la reunión, y por el despliegue científico, educativo y divulgativo de la TV francesa sobre el océano, su rol en la vida del planeta, las presiones y amenazas a sus ecosistemas, su estado actual y las medidas urgentes de protección que se requieren.

Una deuda de la humanidad con el planeta océano; identificada desde el siglo pasado, eclipsada por las tensiones de la posguerra y los siguientes 80 años de conflictos. Deuda oculta para impulsar el crecimiento ilimitado y la rentabilidad de las inversiones, mantener las estructuras del poder y manejar la promesa incumplida de satisfacer las necesidades de la población, de un welfare.

A pesar de los esfuerzos de coordinación y transversalidad del PNUMA y otros organismos, la ONU desconoce el planeta como un sistema y los flujos de energía, materia e información que articulan sus componentes, y lo aborda por compartimentos: océano, atmósfera, clima, biodiversidad, bosques, población, alimentación, hábitat, economía…

Desarticular la naturaleza y separarla de la sociedad les ha servido a muchos políticos para insistir en el modelo neoliberal y pretender una naturaleza amarrada a normas y acuerdos diplomáticos e institucionales. Ante la evidencia de la multicrisis ambiental, social y económica, sostienen que se necesita tiempo y una transición lenta. Hacen compromisos climáticos que incumplen. Para lograr los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), fijan metas y fechas irreales 2030, 2050...

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Algunos mandatarios están comprometidos. Otros, utilizan estas reuniones de la ONU para proyectar su imagen o con fines electorales. Se preocupan más por los indicadores económicos y señales del mercado a corto plazo que por la inundación de las ciudades costeras y la desaparición inminente de algunas islas del Pacífico; o la pérdida de los arrecifes coralinos y de otros ecosistemas y especies debido al aumento de la temperatura, la acidificación, la sobrepesca, la pesca de arrastre, la contaminación, los microplásticos, los agroquímicos o por los sargazos que hoy asfixian el archipiélago de Guadalupe en el Caribe. Algunos solamente ven oportunidades: minerales en las profundidades marinas, tierras raras y uranio en los círculos polares, sin importar la destrucción del fondo marino, el deshielo o los efectos de los potentes gases que escapan al descongelarse los suelos.

Después de la Conferencia de Niza, muchos países decidieron invertir presupuestos enormes para rearmarse.

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