Ni los Juegos Olímpicos, ni la Catedral de Notre Dame, ni la sombra de De Gaulle, ni Michel Barnier lograron que Macron le ganara la batalla al tiempo. El presidente está atrapado en la ficción provocadora de Michel Houellebecq que, en su novela Soumission, anunció en 2015 el nombramiento de François Bayrou como primer ministro de Francia, por considerarlo el político perfecto: no se le conoce ninguna idea propia. Bayrou, figura mediática, con bastón de pastor campesino, consejero político y presidencial; con formidable intuición impulsó procesos y apoyó decisiones que necesariamente lo llevarían al poder. Macron, en medio de una crisis política profunda que tiene en vilo su presidencia, descartó a Bayrou hasta el último momento; finalmente aceptó el juego del ganador y lo nombró primer ministro.
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Macron, empeñado en empujar a Francia a la derecha, considera que los franceses tienen nostalgia de un monarca y él encarna a esa figura jupiteriana; olvida que los franceses derrocaron a la monarquía y rechazan las figuras autoritarias. Macron aplazó la gestión de la realidad local y de las dinámicas planetarias: un mundo multipolar que tiende nuevamente a ser bipolar —Estados Unidos-China— y tiene a la Unión Europea como escenario de guerra, en medio de esas dos fuerzas gravitatorias. Las secuelas del COVID-19 han evidenciado los límites del modelo de crecimiento: crisis políticas, económicas y sociales en Alemania y Francia.
Macron lanzó a Francia a liderar un mundo nuevo; impulsó el Acuerdo climático de París y su lema fue “Make Our Planet Great Again”; pronto olvidó esto. No hizo los necesarios acuerdos políticos ni los cambios socioeconómicos. Desestimó la aceleración científico-tecnológica. Desconoció el efecto social de las medidas ecológicas en los costos de los combustibles: resultado los chalecos amarillos. No incorporó las recomendaciones de las Convenciones Ciudadanas, ni de los Consejos Científicos, ni de los tanques de pensamiento privados y públicos, ni los trabajos de la ex primera ministra Élisabeth Borne, ni del Consejo Económico, Social y Medioambiental, ni la realidad del mundo rural y empresarial. Francia, sin un presupuesto claro para el 2025 y con la calificación degradada de la deuda, enfrenta una crisis ambiental profunda en el continente europeo y en ultramar: Mayotte —destrucción, tragedia y dolor—, La Reunión, Guadalupe, Martinica...
Bayrou apoyó al primer ministro saliente, Michel Barnier, pero lo consideró un gran trimarán al que le faltaba un casco. Esta es la oportunidad de Bayrou —cuarto primer ministro en un año— de impulsar un cambio profundo en Francia. El sistema presidencialista y parlamentario de alternancias de la V república llegó a su fin. Es necesario un gobierno plural, de presidencia rotativa, apoyado por una democracia participativa y un aparato institucional y científico sólido. La condición es que Macron, la extrema izquierda y la extrema derecha radicales lo entiendan y acompañen por el interés general y no sigan sólo en busca del poder. De lo contrario, Francia quedará atrapada por una Super Inteligencia Artificial o en la ficción de Houellebecq.