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Neusa, sabana, Bogotá…

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Pablo Leyva
27 de noviembre de 2022 - 05:30 a. m.
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Una valla en la carretera que va a la represa del Neusa anuncia la alerta roja declarada por la Alcaldía de Cogua, por el exceso de lluvias. Advierte que se debe transitar con precaución y alejarse del cauce del río Neusa, cuyo estruendo asusta a los habitantes; su caudal impresiona al llegar al valle aluvial inundado en buena parte. Las aguas desbordadas de vallados, canales y afluentes han corrido por las vías, impedido el paso por varios puentes y afectado los acueductos veredales y municipales. Crecientes súbitas han ocasionado cascadas por lomas y peñascos, y arrastrado restos de árboles, vegetación, animales, piedras, barro y contaminación biológica y química.

Impresionan las viviendas evacuadas, las marcas del nivel de las aguas en las paredes, los inútiles sacos de arena contra puertas y ventanas, la pobreza de los habitantes desplazados, los niños sin escuela ni alimentos. Muchos asentamientos veredales continúan amenazados. “Cada quien hace lo que quiere en su predio, sin importar si eso perjudica a los demás... no sé”, dice una damnificada.

“El embalse del Neusa está en el 97 % de su capacidad de almacenaje, hemos hecho lo posible para aumentar las descargas, pero de seguir lloviendo el riesgo de que haya un desbordamiento existe”, informó Fernando Sanabria, director de la CAR.

Las temporadas con exceso de lluvias son más frecuentes; la anterior afectó la cuenca del río Neusa, la sabana y Bogotá. Por los fuertes impactos en otros sectores de la cuenca Magdalena-Cauca, la sabana pasó al olvido, especialmente de las autoridades mineras y ambientales que, sin tener en cuenta esta realidad ni estudios de riesgo y planes de contingencia, que deberían existir (Decreto 2157 de 2017), han dado curso a grandes títulos mineros a cielo abierto en el valle aluvial, a ambos lados del río Neusa y en toda la región. Y han sometido a la comunidad y a las autoridades municipales a defender con recursos limitados la vida y el territorio.

Agricultura, ganadería, minería, industrias grandes y pequeñas, zonas francas, urbanizaciones, centros comerciales; una ocupación humana impulsada por la pandemia y facilitada por el volteo de tierras destruye la sabana, los cerros y llega a los páramos, como resultado del crecimiento descontrolado de Bogotá, una megalópolis imposible. Este proceso impacta fuertemente a más de 40 municipios que la rodean y que pagan el costo no reconocido de construir metros, vías y Lagos de Torca, la “ciudad dorada”.

Ideas políticas de corto plazo consideran que la realidad se debe adaptar a la norma, concebida por la autoridad, cuyo emblema sería construir sobre lo destruido... Un POT decretado para Bogotá que ignora el entorno, que es desconocido por la ciudadanía, que no fue estructurado sobre un modelo económico, social, de costos y flujos de materia y energía a largo plazo, se impone a la región y se refuerza ahora con una superestructura institucional metropolitana, regional, política y electoral.

Bogotá debe decrecer, sus problemas afectan al país y son de gobierno municipal.

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